Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Tremblement de terre”, así le llaman los franceses a los movimientos telúricos que nos espantan y hacen que nos paralicemos sin saber cómo reaccionar.  Tomado literalmente hablamos de terremotos, pero en clave alegórica algunos se refieren a esos momentos fundamentales que nos causan más que miedo, angustia.

Hablamos de experiencias existenciales que nos mueven el piso o circunstancias inesperadas que afectan nuestro sentido de vida. Son esas noches oscuras, mencionadas por San Juan de la Cruz en la que el alma no encuentra sosiego por las convulsiones del espíritu.  Ya usted sabe a lo que me refiero.

Las sacudidas son habituales en la Biblia, como cuando en los Hechos de los Apóstoles, Dios hace temblar la tierra estando Pablo en la cárcel.  El texto dice así:

“Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudieron; y al instante todas las puertas se abrieron, y las cadenas de todos se soltaron”.

El Dios cristiano parece tener fascinación por los sismos para sacar de la indiferencia a los que duermen.  Quizá sea su manera para poner en shock la vida amodorrada, dormida o anestesiada por tanto aburrimiento cotidiano.  Pero no solo para ello, sino quizá para manifestar su gloria e indicar que lo sucedido no es de poca monta.  Un ejemplo clásico es el de la muerte de Cristo narrada por el evangelista Mateo.

«Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron».

¿Es un recurso narrativo de los hagiógrafos para llamar la atención?  Probablemente sí.  Los terrae motus (o los movimientos de tierra, según el latín vulgar), difícilmente dejan impertérritos los espíritus.  Más aún si en la infancia una experiencia de tal magnitud provoca un trauma insuperable en la vida de las personas, como quizá les suceda a muchos en el istmo centroamericano.

Quien quizá mejor comprendió la perspectiva religiosa de los terremotos fue Voltaire, pero para burlarse del optimismo metafísico de Leibniz, en su idea de que este mundo fuera le meilleur des mondes possibles.  Primero lo evoca en su “Poème sur le désastre de Lisbonne” y más adelante en su “Candide, ou l’Optimisme”.  El infame (es un decir, claro), profana el acontecimiento para afirmar el mal radicado en el mundo: “Il le faut avouer, le mal est sur la terre”.

Como sea, en Guatemala los terremotos son tan ordinarios que ya casi nos acostumbramos.  Y no solo aludimos a la actividad de fallas geológicas, sino a las sacudidas a las que nos exponen a diario los políticos, empresarios, banqueros y hasta las experiencias emocionantes derivadas de un amor en ciernes… vaya sacudidas permanentes.

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