Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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Desde hace un tiempo, en Guatemala, la geopolítica puso “patas arriba” tanto a las izquierdas como a las derechas. Los Estados Unidos han jugado un rol históricamente perverso para el pueblo de Guatemala. Tan es así, que el propio Clinton, cuando era Presidente y vino a nuestro país, pidió perdón por esa nefasta historia.

La “Guerra Fría” y su último coletazo de “guerra de baja intensidad” ubicó a Guatemala en el área de influencia de los Estados Unidos, en su lucha por la hegemonía mundial, de cara a la Unión Soviética. En las postrimerías de esa guerra, con la segunda administración de Ronald Reagan, la decisión de eliminar a sangre y fuego la “amenaza comunista” en su patio trasero, es decir en Centroamérica, dio pie a que la contrainsurgencia en nuestro país llevara a los extremos su crueldad con la política de tierra arrasada, dirigida a separar a la población de la guerrilla. Esa barbarie que llaman genocidio étnico y que realmente fue un genocidio político (figura que no existe en el derecho internacional), fue producto de la voluntad anticomunista que justificó la Guerra Fría en general desde la perspectiva norteamericana.

Pero esos tiempos pasaron. El socialismo real se desplomó, a partir de la afortunada caída del Muro de Berlín y la URSS implosionó. Un mundo unipolar surgió, pero la geopolítica continúa y los Estados Unidos mantienen su lucha por la hegemonía mundial, con algunas adecuaciones. La influencia sobre su patio trasero sigue siendo una prioridad. En el caso de Guatemala, la visión de seguridad nacional inspirada en ese marco geopolítico que produjo el apoyo y promoción de la lucha anticomunista y la guerra contrainsurgente se transformó, particularmente después de firmada la paz, en una nueva estrategia, ya que el Estado heredado de la contrainsurgencia se pudrió completamente, debido a la cooptación que hicieron de él el narcotráfico, el crimen organizado en general y la corrupción amparada en la completa impunidad. Un Estado así, en su segunda frontera (la primera es México), se convirtió en infuncional para los intereses imperiales. Eso produjo una coincidencia, muy puntual por cierto, con nuestro interés nacional de combatir la corrupción y la impunidad.

En esas condiciones es que, como dicen los colombianos, a las derechas y a las izquierdas “se les corrió la teja”, en sentido contrario a su orientación ideológica. Estas últimas fingieron amnesia histórica y corrían entusiasmadas, en peregrinación constante, a la Avenida de la Reforma, con la misma devoción con la cual nuestro pueblo católico visita cada 15 de enero al milagroso Señor de Esquipulas. Por su parte, las derechas, con desagradecida amnesia histórica, tanto las corruptas, las militaristas, como las empresariales y aristócratas, en una cruzada dirigida vehementemente por el propio Presidente de la República, empezaron a levantar la bandera de la “soberanía nacional”.

Pero el tiempo va, paulatinamente, poniendo todo en su lugar. Con Trump en el gobierno, Estados Unidos dio un leve giro táctico a su estrategia de seguridad nacional en el caso de Guatemala. Ahora las izquierdas están levantándose de la cama compartida y reclamando con frustrado despecho y las derechas están entrando a la cama que ya conocen; los más radicales quieren abrir los brazos para darle la bienvenida a la presencia militar norteamericana en nuestra frontera con México.

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