Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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En Estados Unidos las encuestas las están orientando mucho a tratar de establecer la preferencia electoral de la población más joven luego de determinar que en las elecciones de medio período, que dieron un triunfo a los demócratas en el Congreso, los menores de 30 años votaron a favor de los demócratas en 67 por ciento, convirtiéndose en pieza clave del revés que sufrió el presidente Trump al perder la mayoría en la Cámara de Representantes. En Guatemala el impacto del voto de la gente joven puede ser también determinante y aunque muchos mostraron su indiferencia no empadronándose, la verdad es que puede constituir una fuerza especial aunque es difícil establecer cuáles puedan ser sus preferencias.

Sobre todo porque entre la gente joven hay menos disposición a aceptar la corrupción como una realidad inevitable, muy al estilo de lo que los mayores asumen al resignarse a la teoría de que todos roban cuando llegan a un puesto público. Pero también hay un factor importante y es el de las dificultades que el sistema acomodado significa para la juventud que no encuentra oportunidades ni de empleo ni de superación y si llegan a entender la relación causa – efecto que hay entre el sistema podrido y esa ausencia de oportunidades, podríamos ver alguna sorpresa en la elección que está ya a la vuelta de la esquina.

Entre la población mayor no veo yo que haya mucha inclinación a buscar un cambio profundo del sistema porque de una u otra manera hay acomodo a la realidad y se acepta tal y como está, asumiendo que los riesgos de entrar en una etapa de profundas transformaciones hacen que se consolide la idea de que más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer. Pero ese tipo de razonamiento no forma parte de la mentalidad de una juventud que se frustra porque el sistema no opera en su beneficio y se ve arrinconada en el dilema que la coloca entra la migración o la militancia en las pandillas como opciones para aspirar a algo mejor.

Ciertamente no es que haya entre todo el tinglado electoral una amplia gama de opciones para elegir por quienes puedan representar el cambio radical que rompa con el molde de la corrupción sistémica que hoy por hoy es la característica de la vida nacional, pero algunos hay que tienen un mensaje de transformación que implica enfrentar las lacras de la impunidad alentadora de tanta corrupción en el país.

El proceso electoral tan anómalo no es estimulante para la participación masiva de jóvenes, puesto que ni siquiera a la “vejentud” le ha llegado a encender ningún tipo de entusiasmo, pero indudablemente que en la actitud de los menores de treinta años tiene que cifrarse en mucho el futuro del país, tanto desde el punto electoral como de la responsabilidad cívica, tomando en cuenta que los viejos estamos por heredarles un país en gravísimas condiciones que definitivamente perdió el norte y que en vez de promover el desarrollo humano y el bien común, se centra en los trinquetes y, después del experimento de la CICIG, en las venganzas que están a la orden del día para castigar a los que fueron parte de ese esfuerzo de depuración.

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