Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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En la columna del último sábado expliqué ampliamente el porqué de la incorporación o unión de los dos temas que arriba aparecen. Y aunque creo que los continuaré articulando, por el momento quiero indicar claramente lo siguiente:

No tengo el más mínimo derecho de informar ni hacer hipótesis, en este espacio, en torno al pensamiento político de Thelma Aldana.

He incursionado –en este espacio de reflexión y sobre esa acción– con gran responsabilidad y cientificismo. La prueba de ello es, por ejemplo, mi libro de 364 páginas: “Juan José Arévalo Bermejo, un Político de América”, publicado nada menos (gran honor para mí) que por el Fondo de Cultura Económica de México, que dediqué –en un momento seguramente de irreflexión, inmadurez y por cantos de falsa sirena– a Alfonso Portillo. No soy pues un neófito ni un diletante en estas lides. A las pruebas me remito. No sólo en forma de columnas sino también de libros.

Con Thelma he cruzado sólo unas cuantas palabras cuando de pasada nos hemos visto personalmente. Muchos correos electrónicos y la noticia o información de amigos en común que me cuentan sobre ella. Pero nunca he tenido el honor de sostener una conversación amplia y profunda que me lleve a montar hipótesis sobre su pensamiento. Alguna vez leí que se declaraba de derecha progresista –o algo parecido– lo cual me hizo fruncir el ceño porque yo soy –sin partido hasta hace poco– de izquierda o socialista moderado por la vía –siempre viva, inmarcesible– del admirado italiano Norberto Bobbio. Pero la he apoyado –hasta el cachetazo final de la CC el 15 de este mes, de cuya agresión no me repongo– porque por encima de las ideologías –en este caso– debía prevalecer el encomiable e indiscutible trabajo de Thelma, al lado de Iván Velásquez que, por unos instantes, nos devolvieron la ilusión y la esperanza a los guatemaltecos de ver resurgir a la Revolución del 44, no en cuanto a su ideales, sino en cuanto a su decencia y honorabilidad, sobre todo si observamos la figura de Arévalo Bermejo, cuya vida ¡tan ejemplar!, me llevó a una ingente y profunda investigación para llevar a la estampa el libro que arriba menciono.

Pero vuelvo a insistir: su “derechismo” –expresado públicamente– no me convenció hasta que, por fin, la vi al lado de Semilla que se decanta por una hermosa posición de centro izquierda que, para la aldea tan encomendera y colonial, ya es bastante, bajo la inspiración de Torres Ribas y de Juan Alberto Fuentes, que no gozan de mi admiración.

Y vuelvo al principio: sobre la cesión o traspaso de votos –los de Thelma Aldana (de Semilla) a Thelma Cabrera del Movimiento para la Liberación de los Pueblos.

Me parece totalmente infundado suponer tal cosa. Aldana es admiradora de Cabrera por la lucha de la segunda en torno a la igualdad de género y a la antimisoginia; porque ambas han conocido –en la difícil andadura de sus vidas contra el paternalismo y el machismo– lo que esto implica en un país tan retrasado como Guatemala con un Estado paria.

Pero, en mi concepto, las dos Thelmas, ideológicamente, están en posiciones casi polares aunque unidas por sus lides de género. Como digo, de Aldana, documentalmente, sólo cuento con lo que ella misma expresó alguna vez. Y de Cabrera, su inserción de bulto en el MLP –que viene del admirable Codeca– que ha luchado –en desigualdad– por la injusticia contra el explotado mundo rural campesino, al igual que el CUC –de Pascual– que gozan de toda mi admiración, sumidos en su dolor y en su tragedia ancestral.

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