Cartas del Lector

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René Leiva

El retrato verdadero. A lo Dorian Gray, un retrato secreto, ignorado, de candidatos y candidatas a cargos de elección más o menos popular, el retrato de su moral y ética, honradez e idoneidad, civilidad y altruismo, intelectiva y sensibilidad social, memoria histórica y trayectoria personal consecuente, etcétera, más allá de esas cualidades fundamentales, reflejadas, a veces, en la apariencia de hombres y mujeres, en el retrato real y verdadero, aunque oculto incluso para el propio individuo, apreciaríase su índole monstruosa, su naturaleza aberrante, su condición moralmente teratológica, ruin y repulsiva, las escrófulas y verrugas, el gesto torvo y las protervas cicatrices, la sonrisa torcida y la mirada farisea, las larvas de gusano coprófago en el sudor sanguinolento que le baja de la frente aborrecible… (Alguna candidata o candidato se horrorizaría al contemplar su verdadero retrato, su veraz rostro abominable e imborrable, el plasmado en horas furtivas por las fases de su existencia, el que no ve en el espejo ni en fotografía. O quién sabe; en más de uno o una su retrato a lo Dorian Gray, inesperadamente, se le asoma a la cara “normal”.)

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Intima y disfrazada punición. Wilbur Mackuy Catalán, discípulo de Adler y Jung, de Foucault y Lacan, estudioso de la psiquis criminal-delictiva en políticos y funcionarios públicos del país de la eterna, ha descubierto que en la naturaleza o condición humana de estos individuos de ambos sexos germina y pervive, así sea en estado larval, un castigo consustancial, primario, de raíz biológica/evolutiva, infuso e imbuido en el distraído inconsciente del culpable (no culpado ni inculpado, más bien impune), hasta cierto punto ignorado por él o ella; autocastivo involuntario, instintivo, casi teologal (sic), por propio juicio moral, del embozado super ego, por su mismo ser imputable. No importa la reincidencia, prepotencia, soberbia, goce exhibicionista al persistir en la abyección y el perjuicio social, su punidad es inherente, sin plazo, a perpetuidad. ¿Es entonces su aparente inocencia/indiferencia un masoquismo muy soterrado, otra forma aberrante de forzada “autoestima”? se pregunta Mackuy Catalán. En el impune político-social ser quien es y cómo es deviene su peor, acaso único, castigo. Imposible escapar de la cárcel que es él mismo. El espejo le devuelve la imagen de su fiscal, juez y verdugo. Es un adicto incurable de sus monstruosidades, de sus reincidencias en candidaturas, curules, alcaldías. Y es un pésimo abogado defensor de sí mismo, incapaz de autoconvencimiento y justificación. No conocer remordimiento ni arrepentimiento es parte de su íntimo castigo, regodearse ante su perversidad, hundirse en su excremento (líquido amniótico de su propio engendramiento), coprófago de sí mismo, caníbal y esclavo, siervo y títere de sus amadas/odiadas bajezas, donde hasta las tinieblas temen, apunta un tanto perturbado Wilbur Mackuy Catalán.

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¿”Tanque de pensamiento”? ¿El cerebro humano? ¿La biblioteca? ¿La universidad? ¿Una camioneta rellena de pasajeros? ¿Una manifestación campesina? ¿Doscientos migrantes de todas edades dentro de un contenedor en el desierto? ¿El museo? ¿El mausoleo…?

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