Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz Lemus

Edgar Allan Poe dijo alguna vez, que la genialidad es algún tipo de trastorno mental, por ser la hipertrofia de alguna función mental. Algo debe haber intuido aquel escritor de obras de terror, tratándose él mismo de un genio de la literatura, que falleció a los cuarenta años tras una vida malograda.

Tomo el apunte como punto de partida. Solemos ver a mucha gente saliendo del paso con algún talento, pequeño o grande, no importa. Talento que poco a poco se va convirtiendo en un estorbo porque no deja avanzar. Digamos gente lista, pero poco juiciosa, más bien obstinada en una capacidad, y sin apetencia por el amor y la sabiduría.

Recuerdo una pariente que con su esposo recibió una herencia. Tenían una maleta llena de dinero debajo de la cama, del que tomaban un poco cada vez que necesitaban. Fue así hasta que el dinero acabó. Con ellos aprendí que es fácil ser esclavo de pequeñas conquistas y caer en las propias trampas.

No está mal tener algo admirable, pero su existencia no debería ser, para ser admirado, mucho menos para salir del paso. Pero la neurosis sirve en parte, para evadir la realización individual. Por eso una persona obsesiva sacrifica el juicio, por el miedo que tiene a verse mal, y termina aceptando lo que no debe y atacando lo que debería proteger.

Cuando la gente no tiene mucho, infla sus cosas. Pasa lo mismo con ser fanático de algo. Naturalizamos lo corrupto y nos sentimos cómodos repitiendo que todos los políticos son iguales; o que ningún hombre sirve. Una señora gritaba consignas el otro día en la calle. La suya era, “todos roban, no solo él”, mientras abogaba por un político acusado de peculado y sustracción.

No son los talentos los que nos sacan adelante, si entendemos bien que adelante no es igual que avante. Lo que te saca adelante es el amor, empezando por el amor propio. De lo contrario sería no amar la vida, solo manosearla, como lo haría un vago que vive de ella y que la prostituye invitando a otros a que la envilezcan; convenciéndolos con su inteligencia, que sin duda sería un talento, utilizado para salirse con la suya.

Tampoco se trata de ser un héroe, o tal vez si, en un sentido más profundo; tomando en cuenta que aunque todo acto extraordinario tiene una explicación lógica, no por eso deja de ser superlativo. Héroe en el sentido de alcanzar una forma de ser individual y realizarse como un ser único, indivisible y no fragmentado. Autorregido y sin filiaciones neuróticas con los valores colectivos.

Es un poco, pasar del automatismo individualista a la autonomía individual. De la presunción egoísta para sobresalir en sociedad, a la humildad realista de quien reconoce los límites suyos y los de cada cosa, y los respeta. La realización determinada por la identidad, es la única que puede favorecer una genuina vinculación con el resto de iguales. Con un ego que más que soberbio e hipertrofiado, sea un ego funcional y rector; que luche cotidianamente por traer a la conciencia, todos los motivos inconscientes y primitivos, en la intención de ser civilizado.

Tal vez así, entre ser humano y reconocer lo sagrado, pueda uno evitar, querer pasarse de listo.

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