Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

La última vacación enfocada plenamente en mis aspiraciones intelectuales fue hace tanto tiempo que apenas lo recuerdo. Tengo idea que en cada descanso me proponía zambullirme en libros, autores, saberes o disciplinas. Un año era la literatura latinoamericana, el otro era de autores (pensadores de la teología, por ejemplo) y la última vez fue una inmersión total en la historia de la filosofía.

¿Qué año fue eso? No lo sé. Quizá hace una década. Ya sabe, los libros del momento, los clásicos diríamos, Abbagnano, Reale, Hirschberger… no excluyo tampoco que fuera Fraile. Recuerdo que desde muy temprano y empezando desde el tomo primero, sí, los griegos, muy aplicadamente, con pluma en mano, resumía y estudiaba los refritos de los maestros.

Ese fue el fin de una época dorada, no los de mi interés por los estudios, sino el ocaso de la paz del espíritu. Hablo del período previo a las redes sociales, donde las únicas notificaciones eran tanto las entradas súbitas de los hijos como una eventual llamada telefónica. Así, podemos referirnos a la primavera de la mente, un ayer reciente que presuntamente no volverá.

La actualidad es diferente. Al tiempo que mejoramos también retrocedemos. Quizá por ello esté tan de moda el mindfulness, la autoayuda y el yoga. ¿Acaso occidente no tenía las meditaciones clásicas del universo benedictino? Claramente, pero el budismo hoy es más cool, nos creemos pluscuamperfectos y así creemos que nos sienta mejor la meditación zen.

Ya era difícil controlar a “loca de la casa”, según le llamaba santa Teresa a las distracciones propias, como para agregar una nueva tribulación más, las externas. O diga si no lo es el mundo digital: Facebook, Instagram, Twitter, WhatsApp y las decenas de descargas y juegos sugeridos por la empresa de la manzana. Demasiado ruido.

Un suplicio posmoderno que, distinto al de Sísifo, consiste en soportar las seducciones de la tecnología. Incitaciones que no se superan simplemente tapando los oídos para evitar los cantos de sirena, sino renunciando a los efectos de la dopamina que nos droga en nuestra consecución de placer. El esfuerzo por suspender la navegación digital y el prurito de novedad que nos hace feliz.

Las batallas del pasado eran quizá más simples. El mundo era menos intrusivo, los límites funcionaban a nuestro favor. No éramos particularmente virtuosos porque los días eran planos y nos excitaba poco la realidad. En ese contexto, ser franciscano (me refiero a su espíritu) probablemente era más fácil que dominar la ludopatía de nuestra era digital. Tengo la certeza de que involucionamos y apenas nos hemos enterado de la catástrofe que representa para el espacio que habitamos.

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