En medio del escándalo provocado por la denuncia de compra de votos, el Congreso eligió ayer al nuevo Contralor General de Cuentas de la Nación. Es irrelevante la figura del electo porque lo sustancial e importante es que de ese pleno conformado por los integrantes del Pacto de Corruptos no se podía esperar ningún resultado edificante y positivo para avanzar en la lucha por la fiscalización del manejo de los fondos públicos, ya que la transparencia no es uno de los objetivos que persiga el conjunto de diputados que en septiembre de 2017 había aprobado las sucias leyes de impunidad.

Cualquiera que hubiera sido electo por este pleno tenía que haber pactado con ellos porque ya vimos lo que esperan del Contralor en las reuniones que se sostuvieron con el que quedó en funciones tanto tiempo por la desidia del Congreso y se les puso de alfombra. Se pretende alguien que apache clavos y que se ponga a la orden para inventar casos contra los enemigos del pacto. En otras palabras, el requisito para ser Contralor de Cuentas sigue siendo el mismo que siempre se ha exigido, que es plena y completa sumisión a la defensa del perverso sistema de uso del gasto público en el país y, para tapar el ojo al macho, seguir haciendo reparos por encargo o simplemente por nimiedades que no tienen relevancia en comparación con los verdaderos y grandes trinquetes que se hacen de manera cotidiana.

Esperar que vuelva a ocurrir lo que le pasó al Congreso con la elección del Procurador de los Derechos Humanos, que ha sido una piedra en el zapato de los pícaros, es pecar de ingenuo. Tras ese “error” los diputados no van a seleccionar a alguien que no esté debida y seriamente comprometido con avalar la línea del sistema de la Dictadura de la Corrupción.

Respecto a la compra de votos, todos sabemos que es una de las prácticas comunes en la actividad del Organismo Legislativo y no debe nadie sorprenderse porque aunque estén debidamente comprometidos con algo, como el Pacto de los Corruptos, eso no significa que vayan a dejar pasar la oportunidad si ya se regó la voz de que hay dinero bajo la mesa. No es, por cierto, un vicio inventado en esta legislatura sino que es una larga tradición, tanto que ese detalle fue el que argumentó Serrano cuando dispuso disolver el Congreso. Pero lo serio y grave es que cada día vamos peor y que el panorama electoral permite vaticinar que continuará el control de los pícaros.

Redacción La Hora

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