Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Entro al sitio digital de Rome Reports y me encuentro que está plagada de noticias relacionada con la histórica cumbre sobre abusos a menores en el Vaticano. Es el tema de actualidad. Sin embargo, más allá de lo triste que representa la información para la comunidad católica, expresa, me parece, el deseo de la Iglesia por abrirse al mundo en su deseo por corregir sus propias faltas.

Evidentemente el resultado de la reunión reciente en Roma no ha dejado satisfechas a las organizaciones que aglutinan a las víctimas de abusos. Los medios recogieron, por ejemplo, la declaración de Miguel Hurtado, de la organización española Infancia Robada, que dijo que el discurso del Papa es una bofetada a las víctimas por no hablar de rendición de cuentas ni de cómo castigar a los obispos que no cumplen con su deber.

Particularmente respeto a las víctimas, comprendo su dolor, deseos de justicia y exigencia de reparación de daños. Pero también es justo reconocer que la Iglesia, al menos en lo que respecta a la gestión del presente Papa, ha dado pasos en distintas direcciones para enfrentar el problema y operar cambios en el interior de la jerarquía católica.

Una de esas decisiones audaces creo que tiene que ver con la publicación de la Carta Apostólica en forma de ‘Motu Proprio’ llamada “Come una madre amorevole”– Como una madre amorosa–, fechada el 4 de junio de 2016. En ella, el Pontífice establece políticas para la remoción de las autoridades eclesiásticas que falten en la atención de los menores. Sostiene, entre otras cosas, que “el Obispo diocesano o el Eparca, o aquel que, aunque sea a título temporal, tiene la responsabilidad de una Iglesia particular, o de otra comunidad de fieles a ella equiparada a tenor del can. 368 CIC y del can. 313 CCEO, puede ser legítimamente removido de su cargo, si por negligencia ha realizado u omitido actos que hayan provocado un daño grave a otros, tanto si se trata de personas físicas, como si se trata de una comunidad en su conjunto. El daño puede ser físico, moral, espiritual o patrimonial”.

Algunos medios se hicieron eco de los inconformes al criticar el discurso de clausura del Papa Francisco en la reunión celebrada en el Vaticano. Muy tibio, escribieron. Pero hay afirmaciones valientes que conviene destacar para hacer un balance equilibrado. Como cuando el Obispo de Roma dijo que “la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso”.

Creo que la Iglesia va en la ruta correcta, aunque solo el tiempo tendrá la última palabra. De momento, frente a la noticia de condena por abuso sexual del cardenal George Pell, “número 3” en la jerarquía vaticana, los obispos australianos dijeron estar “de acuerdo en que todos deben ser iguales ante la ley” y que “respetan el sistema legal”. Pero, además, el Papa Francisco reiteró la prohibición del ejercicio público del ministerio y de cualquier contacto con menores. ¿Le parece poco? Son actos concretos que no deben ignorarse y que testimonian la valentía de una institución que, aún en la crisis, se siente confiada en la Providencia.

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