Jorge Morales Toj
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El grupo mujeres viudas de la guerra inició un proceso de diálogo interno para tomar una decisión final. El primer elemento que consideraron es que son un grupo de mujeres organizadas de hecho y que era necesario iniciar un proceso de legalización ante las autoridades gubernamentales correspondientes para poder ejercer sus derechos colectivamente.
En su diálogo interno decidieron que las mujeres que tenían que ser fuertes, que tenían que apoyar a sus dirigentes y que debían emprender las acciones legales y políticas que sean necesarias para que se respeten sus derechos humanos. Con algunas dudas y sobre todo con un poco de desconfianza acudieron ante el sistema de justicia a interponer las denuncias respectivas.
La primera dificultad que encontró el grupo es que las entidades que registran los comités actúan muy lentas y con mucha burocracia. El segundo gran obstáculo para acudir al Sistema de Justicia es el idioma. Ellas hablan Pocomchí y para que su testimonio y su sentir sea escuchado, necesariamente se necesita un traductor, situación que complica su testimonio, porque ellas sienten que su testimonio pierden esencia en el proceso de traducción.
Otra barrera para el grupo de mujeres es el miedo. El miedo a hablar y no ser escuchadas, el miedo a enfrentar y cuestionar a una entidad religiosa, el miedo a sentarse frente a los operadores de justicia y contar su verdad y que no se les crea y que no se haga justicia.
En medio del miedo me tocó preparar nuestro debut ante el Sistema de Justicia, la primera declaración de una de las dirigentes no fue muy satisfactoria, debido a que el miedo la venció y el idioma del sistema no facilitó su palabra. Al revisar la primera experiencia, nos preparamos mejor y la Vicepresidente del grupo fue apoyada en todo sentido para poder declarar de una mejor manera.
Una mañana luego de un largo viaje llegué con el grupo de mujeres viudas y huérfanas de guerra y conversamos sobre la forma y el contenido para nuestra segunda declaración. Todas las mujeres escuchaban lo que tenía que decir la testigo y las señoras corregían algunos detalles, otras ampliaban y otras hacían recomendaciones. Como abogado solo tenía que hacer algunos énfasis en algunos puntos y de esa afrontamos la siguiente etapa.
En camino hacia la entidad de justicia, escuchaba la conversación y logre comprender que el miedo se estaba apoderando de ellas de nuevo. Les pregunté qué estaba pasando y con franqueza me dijeron que sentían temor. Les reiteré que esa parte de su historia debía ser contada y narrada, que decir la verdad no es un delito y tampoco un pecado.
Con mucha valentía, la líder del grupo se sentó frente al Sistema de Justicia con un poco de nervios, pero con certeza narró los hechos en su idioma Pocomchí. Me tocó enfatizar y argumentar algunos temas y ella con la frente en alto, llena de satisfacción porque sabía que había dado su mejor esfuerzo salió sonriente. En la puerta las ancianas nos esperaban para recibir noticias y me invitaron a un vaso de fresco.
Ahora confiamos que el Sistema de Justicia restituya los derechos a este grupo de mujeres valientes y ejemplares.