Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Hace mucho tiempo que se viene hablando de la necesidad de que la sociedad guatemalteca pueda avanzar con base en acuerdos mínimos que debiéramos asumir para enderezar el rumbo del país. Para ello es indispensable que tengamos un punto de partida coherente con la realidad nacional, a fin de no andarnos por las ramas dejando a un lado lo fundamental que es rescatar la institucionalidad democrática partiendo de los tres poderes del Estado. En el Congreso no funciona la representación nacional porque quienes llegan tienen que comprar las candidaturas y por ello desde el principio se dedican a recuperar la inversión que les permitió convertirse en diputados.
En las Cortes no funciona la justicia porque los operadores políticos del más variado tipo de intereses pro impunidad se encargan de manosear las comisiones de postulación a efecto de que se propongan al Congreso y éste elija únicamente a los que asumen un compromiso con los poderes fácticos. El audio de la plática de Gustavo Alejos con el magistrado Edgar López ilustra a cabalidad cómo es que se arman los listados que luego se negocian con los bloques parlamentarios.
Y qué decir de nuestros gobernantes que llegan gracias a los chorros de pisto que pusieron para sus campañas los conocidos financistas que trafican sus influencias desde las mismas elecciones, facilitando así la completa cooptación del Estado que se produce por los vicios enormes que hay en el sistema político del país y que no acabarán en esta elección porque finalmente se despenalizó el financiamiento electoral ilícito.
Sin abordar la cooptación del Estado que hace la corrupción, no podemos estructurar ninguna propuesta de acuerdos mínimos porque estamos obviando lo esencial, lo que en verdad nos ha llevado a los niveles de destrucción de la institucionalidad como para convertir al nuestro en un auténtico Estado Fallido, donde no se implementa ni una sola política pública en función del bien común porque todo gira alrededor del trinquete que puede enriquecer a los políticos y aumentar los privilegios a los eternamente privilegiados. El resto de la población tiene que conformarse con sobrevivir o emigrar a otro país en busca de las oportunidades que aquí le negamos.
Aunque les arda, tuvo razón Iván Velásquez cuando habló del financiamiento como el pecado original de la democracia guatemalteca y es que no podemos pretender gobernantes y políticos honestos si desde que se postulan como candidatos van a vender el alma al diablo en busca del financiamiento que llega de un crimen muy bien organizado que tiene muy variadas formas de operar.
Por supuesto que hay necesidades concretas que el país debe atender, pero creer que lo podremos hacer en el marco del sistema como funciona actualmente es una absoluta tontería o un descarado acto de cinismo. Nada bueno puede hacerse en tanto persista esa estructura de cooptación que algunos pretenden eternizar porque les ha resultado muy rentable a lo largo de tantos años que llevan siendo los financistas de las campañas políticas. De poderes corruptos sólo podemos esperar más corrupción.