Redacción La Hora

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Consumidos por la coyuntura política que se vive en medio de la lucha por terminar los esfuerzos contra la corrupción, entendemos que la pobreza sigue allí y que son muchos los que la sufren, pero tomamos ese rezago como una consecuencia casi natural para nuestro país y no sólo no hacemos nada por cambiar sino que, además, nos hemos ido volviendo cada vez más indiferentes ante el drama cotidiano que sufre mucha gente.

Por ello reviste especial importancia el reportaje realizado por Grecia Ortiz y el equipo de La Hora Voz del Migrante al adentrarse en las condiciones de vida de una familia en El Chupadero, aldea de Nueva Santa Rosa, donde a sus 2 años la pequeña Samanta es el rostro de esa niñez abandonada por la sociedad guatemalteca, no digamos por el Estado, y puede convertirse en una de tantas niñas que en condiciones menesterosas tienen que emigrar en busca de la oportunidad que les permita simplemente subsistir.

Es el rostro de la otra Guatemala, la que no vemos desde la mayor comodidad de las áreas urbanas y, mucho menos, desde la altura en donde se toman las decisiones importantes para la política, la economía y la inversión en nuestro país. Con mentalidad de primer mundo, donde todo está al alcance de la mano, no es posible entender el significado de esa miseria en una aldea no tan remota donde cada día es un calvario para padres que no pueden abastecer a sus hijos. Y uno se pregunta cuánto durará la sonrisa en el rostro de esa pequeña.

Y su caso no es, en absoluto, especial o paradigmático porque se repite a lo largo y ancho de nuestra geografía. Como Samanta hay cientos de miles de niños que están en condición de extrema pobreza y que ni siquiera pueden nutrirse como Dios manda, y por lo tanto su futuro se ve ya condenado para siempre. Samantas hay en todos aquellos lugares de donde sale el flujo de migrantes que arriesga todo, hasta la vida, en busca de una oportunidad diferente a las condiciones que existen en Guatemala y que, siendo tan dramáticas, se ven como parte del paisaje, parte de una historia que parece inevitable y que marca a tantos para tanto tiempo.

Duele ver nuestra realidad, tan diferente a la que nos ocupa en el día a día a quienes disponemos de los medios para llevar condiciones de vida diferentes. Pero es indispensable reparar en ella porque es un gravísimo pecado social seguir indiferentes ante tanta privación y sufrimiento.

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