Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata

La política sufre una tremenda deslegitimación. El ejercicio del poder político, el cual debería estar relacionado con la realización de bienes públicos, está extraordinariamente debilitado. Por eso, los intereses privados prevalecen, sea que éstos se expresen por los empresarios, el crimen organizado, las mafias o la corrupción. Tal es el raquitismo de la política que esta se ha judicializado, siendo las Cortes las que tienen que definir lo que debería ser materia de los políticos.

Pero la mayor y más dramática expresión de esta lamentable realidad es lo que la política significa para el imaginario colectivo, siendo sinónimo de todas las perversiones y sin ninguna virtud reconocida, situación que favorece la subordinación de la misma a los intereses privados.

Pensar que la solución es simplemente las “caras nuevas” es casi una patraña; quien lo dude tiene en Jimmy Morales el mejor ejemplo de esta equivocación.
Las anteriores consideraciones vienen a colación ante el panorama electoral que ya estamos viviendo, donde aparece una tremenda fragmentación de la lucha política, tanto desde las fuerzas progresistas como de las conservadoras.

Por una parte, la izquierda “revolucionaria”, marginal como lamentablemente se encuentra, se presenta dividida al máximo, dispuesta a disputarse los lugares que les corresponden en la marginalidad (URNG, Convergencia y Winaq). Las fuerzas progresistas, con mayores posibilidades de desempeño electoral, se han mostrado incapaces de lograr una gran alianza que podría conducirlas a un seguro triunfo electoral (Encuentro por Guatemala, Semilla y UNE) y a lograr, en tal caso, un alto nivel de gobernanza.
En el otro lado del espectro ideológico la situación es similar. Las fuerzas conservadoras participarán también de manera fragmentada. Allí encontramos desde aquellas que podría pensarse que la resistencia a la lucha contra la corrupción y la impunidad podría juntarlas, cosa que no sucede para propósitos electorales, hasta las pro empresariales y las abiertamente neoliberales.

El escenario electoral no presenta una contienda donde haya actores fuertes, delimitados por una definición ideológica, que compitan. La diáspora prevalece.
La gran pregunta entonces es ¿qué podemos esperar de las elecciones 2019? Una campaña corta y con menos recursos financieros invertidos es, de por sí, una ventaja.

A mi juicio, a lo que podemos aspirar es exigir que la lucha electoral tenga, hasta donde sea posible, un sustancial y serio contenido programático, como un camino para buscar la relegitimación de la política. Si tal cosa se lograra sería menos difícil, a partir del 2020, construir alianzas para gobernar y también para hacer sana oposición.

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