Arlena Cifuentes
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Recientemente, a una joven de 19 años, integrante de una mara le fueron amputadas sus dos manos al haberle explotado una bomba casera que ella utilizaría como medida intimidatoria para cobrar una extorsión al conductor de un bus urbano. Una persona cercana a la familia me comentó “rapidito lo pagó”, a lo cual no respondí. Este pensamiento o expresión es de lo más común ante un hecho de tal naturaleza. ¿De dónde proviene un marero?

La pobreza, la desigualdad social que esta genera; la falta de acceso a la educación, la ausencia de oportunidades, la desintegración y la violencia intrafamiliar, los embarazos prematuros, el abuso sexual a niños y niñas están en las raíces de este fenómeno que avanza a pasos de gigante. El tema tiene que ser enfrentado a partir de su origen, de las raíces que lo provocan. En lo personal creo firmemente que tanto la pobreza como la ausencia de valores y la violencia intrafamiliar nos dan como resultado un ser humano resentido, dolido con el mundo, insensible y que además necesita un sentido de pertenencia. El niño que crece en un ambiente de hostilidad y donde se le hace saber de diferentes maneras que “es un estorbo”, “que es una carga”, “que no fue deseado”, ese niño al que se maldice día a día, no puede hacer otra cosa que “creerse y saberse malo” y replicar lo que él se sabe que es: un “ser maligno” porque así fue condenado por sus padres o por los adultos a su alrededor.

El Estado ha mostrado indiferencia por abordar el tema de manera seria y responsable, intentar aplicar paliativos es poco serio. Es decir, primero debemos entender su origen y segundo implementar las políticas públicas de largo plazo adecuadas a solucionar el problema, lo cual a estas alturas, aún con toda la voluntad política de enfrentarlo, sería bastante difícil. Nuestra sociedad está carcomida, la descomposición social rebasa todos los estratos sociales. Este es un mal que nos invade, que por la indiferencia y la ignorancia que nos caracteriza, no queremos ver. Es hoy para todos inimaginable las consecuencias que esto conlleva para el futuro de nuestro país en donde están condenados a vivir la mayoría de nuestros niños, jóvenes y lo más importante los que aún no han nacido.

Ni el Estado ni otras instituciones como la Iglesia, indistintamente del credo que profese; la escuela, las universidades, la Procuraduría de los Derechos Humanos y muchos otros a quienes les compete abordar el tema están conscientes de la seriedad del problema, el cual requiere para comprender su origen e implementar acciones de un esfuerzo interinstitucional y multidisciplinario.

En la medida en que entendamos su origen podemos iniciar la búsqueda adecuada de soluciones. No se trata de seguir viendo los problemas del país desde afuera, todos somos corresponsables de lo que hoy sucede. Señalar con el dedo índice y con mojigatería a los integrantes de las maras como delincuentes y criminales, no se vale si no asumimos nuestra cuota de responsabilidad. Ellos no lo decidieron deliberadamente. Tuvieron el infortunio de nacer y crecer víctimas de vejámenes en hogares carentes de oportunidades.

Estamos a las puertas de elegir un nuevo gobierno; estaré pendiente por un lado, de conocer las propuestas de gobierno que nos presentará cada uno de los contendiente, las cuales deben incluir los temas prioritarios para el país. El tema de la pobreza y su relación con la descomposición social debe ser incluido. Me interesa conocer cómo se implementarán esas promesas de campaña; así como, quienes conformarán los equipos de gobierno para poder investigar su trayectoria.

Los comunicadores, los analistas y los columnistas serios, cuyo objetivo único es Guatemala, podemos y debemos contribuir a orientar a la población con opiniones bien fundamentadas y puntuales; así como, exigir a los partidos políticos respeto a la dignidad del pueblo.

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