Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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En su primer día de actividades en Panamá, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco pidió mayor compromiso contra la corrupción en la política, problema que agobia a muchos de los países de América Latina. Evidentemente el Sumo Pontífice sigue las noticias de lo que ocurre en esta parte del mundo, a la que él mismo pertenece, y por ello su primer mensaje se centró en las aspiraciones de una juventud que demanda de sus dirigentes transparencia y servicio en vez de esa forma tan generalizada de usar el poder para su propio beneficio.

Los temas de la pobreza, la violencia y la migración son de los que afectan a la juventud y preocupan al Papa y de los que hablará en esta Jornada, pero él conoce a fondo el impacto que en todos esos temas tiene la corrupción que no sólo se roba el dinero de los pueblos, sino que les roba la esperanza y las oportunidades de alcanzar mejores condiciones de vida.

El Papa Francisco, aunque algunos aquí no lo crean a la luz del papel de su enviado a Guatemala, es un firme enemigo de la corrupción y no sólo se refiere a la que practican los políticos sino a la que existe en la misma Iglesia Católica en distintas partes del mundo y en el mismo Vaticano. Y es que viene de una región del mundo que pasó de vivir durante décadas bajo distintas formas de dictaduras a una democracia que rápidamente se pervirtió por culpa de la corrupción que ha permeado a muchísimos países e incontables instituciones. Por ello entiende y conoce el efecto que tiene el saqueo de la cosa pública no sólo en el enriquecimiento ilícito de algunos, sino en el empobrecimiento de los pueblos.

Y por ello no sorprende que su primer mensaje haya sido tan contundente porque está pisando tierra en uno de los rincones más corruptos del planeta, condición en la que convirtieron a Centroamérica los políticos y sus socios durante las ya largas décadas que llevamos sometidos a ese latrocinio incesante. Las condiciones que imperan en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua son de espanto, aunque también en Panamá y Costa Rica se han conocido algunos escándalos que no llegan, sin embargo, a alcanzar la dimensión de los otros. Y el caso de Guatemala es muy especial porque el destape de la corrupción en el año 2015 permitió conocer la profundidad del fenómeno que llegó a plasmarse en la cooptación del Estado, pactada entre los dirigentes políticos y quienes actúan con su financiamiento como los auténticos y verdaderos dueños del poder y por ende del país.

Mientras grupos fundamentalistas de evangélicos se mueven en apoyo a gobiernos corruptos y algunos miembros de la jerarquía católica apañan a los sinvergüenzas, el Papa se muestra como una voz enérgica para destacar el carácter inmoral de esas prácticas de enriquecimiento ilícito que se concreta a costillas de las necesidades crecientes de pueblos que termina viendo en la migración su única esperanza de lograr mejores condiciones de vida.

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