Félix Loarca Guzmán
Guatemala afronta actualmente uno de los períodos más difíciles de su historia, pues se ha enterrado la independencia de poderes del Estado, poniendo en grave riesgo la institucionalidad democrática. Además de ello, existe una notoria confrontación entre unos y otros sectores de la población por el tema de la lucha contra la impunidad y la corrupción, los cuales están desorientados, pues no encuentran el verdadero rumbo de los acontecimientos que han estado sucediendo en las últimas semanas.
Aunado a ello, el pueblo se encuentra sumido en una profunda pobreza con un encarecimiento grosero de los productos de consumo básico, especialmente alimentos, así como medicinas, además de la debilidad de los servicios de salud y educación.
En este contexto, sobresale el clima de violencia y delincuencia común que son dos flagelos que tienen muy preocupados a los ciudadanos, pues diariamente exponen su seguridad personal cuando van a pié, en automóvil, en bicicleta, en transporte público o en moto.
Todo lo que está sucediendo en Guatemala nos obliga a pensar a la luz de algunas reflexiones muy oportunas del Papa Francisco, contenidas en su libro “La Alegría del Evangelio”, en el cual hace referencia a desafíos del mundo actual.
El Santo Padre dice que la humanidad vive un giro histórico fundamental, con grandes avances que contribuyen al bien de la humanidad en los campos de la salud, de la educación, de la ciencia y de la técnica. Sin embargo, esos avances chocan con la realidad que la mayoría de la gente que vive en condiciones precarias, aumenta el miedo y la desesperación, la alegría se apaga.
El Papa Francisco expone que no hay respeto, que crece la inequidad y la violencia. Puntualiza que hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad.
El Sumo Pontífice se pronuncia en contra de una economía que mata. Así como el mandamiento de no matar pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata”.
El Papa pone como ejemplo, que no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. Agrega que no se puede tolerar más que se tire la comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.
Explica con mucha claridad que hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas; sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo un bien de consumo que se puede usar y luego tirar. El Papa subraya que hemos dado inicio a la cultura del descarte que, además se promueve.