Eduardo Blandón
Esta semana inicia para muchos colegios y universidades un nuevo ciclo de estudios. Los estudiantes regresan a la rutina en su esfuerzo por avanzar y conseguir unas condiciones que les permita ganarse la vida en una sociedad de futuro incierto. Evidentemente, más allá de conseguir un título, se trataría de formarse para la vida y conseguir en última instancia la felicidad.
Esta debe ser la aspiración de fondo para quienes vuelven mañana a las aulas. Mantener el desafío que, libre de visiones pragmatistas, ayuden a centrarse en lo importante: la formación humana integral. Intentar la realización de un proyecto humanista que integre también las herramientas que sirvan para la vida.
Para ello, es capital la visión de las universidades, su visión respecto a su quehacer. Y, por supuesto, la participación de los docentes que compartan la filosofía de la institución a la que pertenecen. Todo se logra en un trabajo conjunto en el que no queda excluido ninguno en el proceso de gestión de la formación académica.
Igual sucede en los colegios donde hay una responsabilidad particular tratándose de la educación de adolescentes. El proyecto debe contar con expertos que, además que dominen la asignatura y posean habilidades pedagógicas, tengan una vocación particular que los habilite en el trato con sus estudiantes. Hombres (y mujeres) plenos, con sensibilidad y eso que llaman inteligencia emocional.
No pueden ser parte del proyecto ni los asalariados ni los rudos de trato, pues la educación, según san Juan Bosco, es cuestión del corazón. Todo lo demás, es negocio mercenario, pseudo intelectualismo e ignorancia en lo que a humanidad respecta. Y vaya que mucho de ello abunda, infortunadamente, en los centros de formación en todos sus niveles.
Superar esas limitaciones debe ser la misión no solo del esfuerzo constante de formación permanente de los docentes, sino de quienes dirigen el cotarro educativo. Si ellos no tienen claro de qué se trata educar, menos aún lo tendrán los profesores que, contaminados por la praxis utilitarista, no saben cómo dirigir su trabajo con los jóvenes. Por ello, es necesaria la reflexión, el estudio de la filosofía y una convicción que ponga en el centro de las necesidades de los estudiantes.
Quizá quienes mejor lo entiendan sean los estudiosos de las humanidades, los pedagogos y filósofos que han desarrollado por la vía del intelecto una sensibilidad especial de cercanía con las personas. A ellos les corresponde gestionar la educación con ese “plusito” que, aunque parezca nimio y minúsculo, lo constituye todo a la hora de educar e incidir en el corazón de las jóvenes generaciones. Es posible hacerlo, podemos iniciarlo a partir de hoy.