La situación del país provoca preocupación en distintos sectores que sienten que depender de las remesas como principal fuente de ingreso nacional es sumamente peligroso y que, además, ha acomodado a muchos agentes económicos que se sienten tranquilos porque el mercado sigue teniendo demanda gracias a la inyección que mes a mes significa ese dinero que viene en divisas de Estados Unidos y que se destina fundamentalmente al consumo. Obviamente no hay un real crecimiento de la economía por esa fragilidad estructural, pero la gran pregunta tiene que ser si es posible crecer en medio de tanta corrupción.

Y es que no nos cansamos de señalar la ausencia de políticas públicas orientadas a satisfacer sentidas necesidades de la población guatemalteca, especialmente en las áreas de educación, salud y seguridad ciudadana, además de la ausencia de un verdadero Estado de Derecho con igualdad de todos ante la ley, lo cual no permite atraer inversiones serias y apenas cierto tipo de piratas que saben sacar raja de la corrupción se animan a traer efímeramente sus capitales mientras pueda continuar la fiesta de los corruptos.

Para que el país pueda crecer y alcanzar un desarrollo sostenible es absolutamente indispensable acabar con la corruptela que no sólo hace mal uso de los recursos públicos, sino que pone a todo el país y su economía al servicio de los intereses de aquellos que han cooptado al Estado y que son los únicos beneficiarios del sistema imperante. De lo contrario seguiremos viendo que los empresarios honestos tienen siempre cuesta arriba el camino porque no es fácil competir con quienes tienen, tras haberlo comprado con el financiamiento electoral, todas las ventajas para operar en ese ambiente tan complejo en donde no pueden existir reglas claras porque las reglas se dictan siempre al gusto del cliente.

Guatemala tiene enorme potencial y lo podemos ver con la capacidad generadora de su gente cuando tiene oportunidades. Las remesas son una muestra de que el chapín no es haragán, como dicen aquellos que se ponen calcomanías con el texto “yo lucho contra la pobreza: yo trabajo”, implicando que el pobre está así por huevón y no por las condiciones existentes que niegan oportunidades a la gente.

El migrante es la prueba fehaciente de que el guatemalteco, si tiene un mínimo de oportunidad, puede dar muchísimo para sí mismo y para sus familiares porque resulta que además de trabajador es solidario, pero es la corrupción la que le niega las oportunidades y le condena a emigrar a sitios donde, aún discriminado, produce con el sudor de su frente.

Redacción La Hora

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