Eduardo Blandón
Uno abre los ojos y, si le pasa igual que a mí, mientras el cuerpo se despereza, el cerebro se activa, a veces para repasar las experiencias pasadas, otras para proyectar lo que viene y ponerse la armadura. Las mañanas tienen ese toque entre escatológico y melancólico, la mente divaga y se pone en marcha sin ningún propósito fijo, a expensas del puro y duro sentimiento mañanero.
Pongamos el caso de que usted se siente con el ánimo mojado, chipe, desolado, la mente en lugar de auxiliarlo, lo hunde más en la depresión, hasta transportarlo a esos espacios en el que solo puede haber nostalgia. Así, entre suspiros y tristeza, se transita por parajes revividos a veces con dificultad de percepción o conciencia.
Es el caso del salmista que, deprimido, (puede suponer uno, en horas tempranas, casi antes de salir el sol), se lamenta de su suerte. ¿Por qué a mí, Señor? ¿Por qué no a tanto infame suelto en vez de ser yo quien sufra el infortunio? También el escritor sagrado puede mostrarse desolado por un destino semi maldito que no se comprende. Recordemos, por ejemplo, el Salmo 137.
1 Junto a los ríos de Babilonia,
Nos sentábamos y llorábamos,
Al acordarnos de Sión.
2 Sobre los sauces en medio de ella
Colgamos nuestras arpas.
3 Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones,
Y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo:
Cantadnos algunos de los cánticos de Sión.
4 ¿Cómo cantaremos la canción del Señor
en tierra extraña?
Hay mañanas en que, aunque se nos pida cantar una canción del Señor o un hermoso “cántico de Sión”, es imposible. Personalmente me sucede con frecuencia en diciembre. Todo confabula contra mi acostumbrado estado de ánimo, el clima, la fecha, la distancia y una disposición que me aproxima a la noche oscura. Tinieblas totales o brumas ligeras que hacen que el ritmo cardíaco también adopte sus propios movimientos.
¿Para qué se lo cuento? No lo sé. Quizá por empatía o terapia. Tal vez por generosidad o extroversión. Puede también que escribiéndolo la esclerosis se alivie y permita el tránsito de sangre nueva sobre tejidos viejos y atrofiados. Y no, no es que me quiera morir. Tengo bien presente aquello del poeta.
Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y veras qué hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya..