Adolfo Mazariegos
Hace algunos años, quizá a finales de 2014 o principios de 2015, publiqué un breve artículo al que titulé ‘Destierro’. Lo escribí con ocasión del anuncio que por esos días realizó la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en virtud de una iniciativa mediante la cual dicha instancia esperaba lanzar una ambiciosa campaña para combatir el destierro en todo el mundo. El anuncio de dicha iniciativa, entonces, me pareció un asunto muy interesante, y no tanto por la iniciativa en sí, sino por los efectos político-sociales y económicos que eventualmente podría conllevar o propiciar una acción de aquellas. Es innegable que la migración, vista como esa suerte de destierro aludido, es un fenómeno mundial que experimentan prácticamente a diario miles y miles de personas en función de la satisfacción de necesidades que no pueden satisfacer en sus lugares de origen, sean estas económicas, de seguridad o de simple cercanía con otros seres queridos que quizá partieron previamente con iguales o similares intenciones. En aquella ocasión, al escribir dicho artículo, rápidamente vino a mi mente la considerable cantidad de guatemaltecos que han tenido que dejar su tierra a través de los años en busca de mejores oportunidades (o simplemente oportunidades, sin el «mejores») que les permitan, no digamos la consecución de ciertos satisfactores que en algunos casos más de alguien puede considerar «lujos», como la posibilidad de comprarse un bonito vehículo, vivir en un apartamento alfombrado, el barbeque de los domingos en algún parque californiano (o de cualquier otro Estado), etc., sino la simple y llana satisfacción de poder llevar comida a la mesa de las familias que probablemente han dejado atrás… Hoy día, en el Estado mexicano de Tijuana, miles de centroamericanos, particularmente hondureños en su mayoría, esperan la llegada de un incierto futuro que evidencia, desnuda, de forma poco alentadora, la realidad que muchos seres humanos viven en el istmo centroamericano, y que demuestra, con hechos, que poco o nada ha cambiado la situación y la realidad social en esta parte del continente a pesar del tiempo y de la retórica recurrente al respecto. Hoy, más que nunca, y tomando como punto de partida para la reflexión la coyuntura que se vislumbra adversa para los migrantes que esperan algo que seguramente no sucederá en una de las puertas de entrada a Estados Unidos, se hace necesario prestar atención a los problemas de fondo que en países como los que integran el llamado Triángulo Norte, propician fenómenos migratorios como el que actualmente medio mundo ha llegado a conocer. De acuerdo a cifras extraoficiales, sólo en Estados Unidos, que es el país en donde radican más guatemaltecos en el extranjero, la cifra de inmigrantes chapines asciende a poco más de 1.2 millones, y eso, ciertamente, resulta revelador para un país como Guatemala cuya economía depende en un considerable porcentaje de las remesas que generan los emigrantes en Estados Unidos. Los fenómenos migratorios no ocurren sólo porque sí, y eso, es importante entenderlo.