Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Con gran sentido de la política discreta, Thelma se dirige al Parlamento Sueco, contándole o recordándole que la guerra (digo yo) o sea “el enfrentamiento armado”, dice ella con sensatez, terminó el 29 de diciembre de 1996, con la firma de los Acuerdos de Paz:

(…) “que introducen las bases necesarias para un desarrollo en paz y que auguraban un futuro moderno para el país” y añade con justa desilusión: “pero la falta de voluntad política ha impedido durante 20 años su cumplimiento e implementación”.

Thelma Aldana continúa teniendo fe en los famosos Acuerdos de Paz y, con ella, muchos de sus simpatizantes. Sin embargo, y ojalá me equivoque en mi evaluación de ellos, tal documento fue elaborado en el seno de un gobierno cuyo jefe –y sus consejeros: cerebritos y cerebrales- eran y son el principal soporte de creencia medievales, centradas en una cosmovisión de criollos encomenderos que -justamente y más tarde- han sido los mantenedores de los CIACS. Y lo peor del caso, es que tales acuerdos también fueron signados –por la contraparte- integrada por los comandantes guerrilleros, pero en plena derrota, esto es, en plena desventaja. No como en el caso histórico y similar de El Salvador.

Pero eso sí, Thelma ¡contumaz y firme!, da fe –asimismo ante el mundo- que tras 20 años, se ha impedido la implementación y cumplimiento de los acuerdos, “por falta de voluntad política”. Yo interpreto -en ésta que es glosa- que eso que ella llama falta de voluntad política, yo la nombraría llanamente: manipulación y turbios manejos de una clase social de extrema derecha, que se prestó ¡histriónica!, a firmar un documento de paz, a sabiendas de que siempre podría implementar recursos de guerra sucia y de explotación, con amaneramientos eufemistas. Además, tras 20 años, esos acuerdos necesitan ser actualizados.

Más adelante en su discurso –y otra vez con las palabras del poeta que dio su vida por la patria esperanzado siempre- “como un pequeño corazón futuro/ cuyas alas comienzan a abrirse en la mañana”: Thelma cuenta en Estocolmo la esperanza que significó –ante tal panorama desolador, de cara a los acuerdos de paz estigmatizados- el nacimiento de la CICIG, comisión iniciáticamente formulada en contra de los CIACS, que jamás desaparecen y que resucitan como maldita ave fénix en este martirizado país. Y nos cuenta con ilusión:

“De la mano de la CICIG, el Ministerio Público inició una lucha contra la corrupción y la impunidad sin precedentes en la historia del país y con efectos importantes”. Y añade ya en papel de protagonista principal en estos hechos realmente históricos y memorables: “Descubrimos que aquellos aparatos clandestinos de seguridad y cuerpos ilegales de seguridad se convirtieron en redes político económicas ilícitas incrustadas en el Estado. (…) Guatemala se había organizado para enriquecer a los actores del poder y eso es lo que hemos empezado a derrotar. Hoy se sabe que la justicia puede operar para fortalecer la incipiente democracia.”

A partir de allí, las palabras de Thelma en Estocolmo se convierten en un canto esperanzador y así concluyen también: con gran ilusión por el futuro guatemalteco.
En conclusión, este es el mensaje que debemos recibir de Thelma: Se ha dicho que de la mano de Oscar Clemente Marroquín, podrían ser el próximo binomio presidencial que hará renacer la primavera y la mañana guatemaltecas, mediante la guerra a la corrupción y la impunidad, cuyo fruto será la sanación de las llagas históricas del país. Es una promesa suya y de Oscar Clemente, intrépida y valiente.

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