Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

En un par de ocasiones anteriores, en este mismo espacio, he realizado más de alguna reflexión con respecto al tema de la existencia de las ideologías y de la aseveración de algunos autores que, a lo largo de las últimas dos o tres décadas quizá, han aseverado que estas (las ideologías) tienden –o tenderán– a desaparecer, dada la primacía que ejercerá (cuando esta desaparición ocurra, si ocurre) una corriente que en mayor o menor medida será adoptada por los Estados a manera de final evolutivo ideológico inevitable, partiendo de la lógica liberal de ciertos pensadores de Estados desarrollados como es lógico suponer. En tal sentido, debo decir que no es el propósito de este breve texto cuestionar las bondades o perversidades, según sea el caso, de dicha corriente de pensamiento, sino más bien evidenciar que dicha tesis, que en su momento pudo resultar interesante para el análisis desde el punto de vista de las ciencias sociales, también presenta, a mi juicio, varias falencias que el tiempo mismo se ha encargado de ir desnudando y que le han hecho fácilmente refutable con las evidencias de los años. El tema es complejo y profundo, sin duda. No obstante, existe una premisa bastante obvia que, a pesar de resultar un asunto evidente en muchos casos, ha sido subestimada, menospreciada o incluso a propósito ignorada por los estudiosos que realizan tal afirmación: las desigualdades, los intereses y los impulsos que a través de la historia humana han dado origen al aparecimiento de ideologías, siguen existiendo, y en algunos casos, incluso, se han ido agudizando haciendo que la brecha entre grupos humanos con niveles de desarrollo, oportunidades e intereses disímiles o desiguales históricamente, independientemente del lado en que se encuentren, sigan en la búsqueda de satisfacer esas necesidades y/o intereses a través de la implementación de corrientes de pensamiento que bien podrían entrar en la categoría de lo que hoy día llamamos o entendemos como cuerpos ideológicos. Prudente es indicar, por tanto, que aunque ciertamente el término ideología refiere directamente al concepto de ‘idea’ como punto de partida (Antoine-Louis-Claude Destutt, Mémoire sur la faculté de penser, 1796) hablar de ideología, en la actualidad, es también hablar de un conjunto de creencias, emociones y comportamientos compatibles entre sí, que son capaces de realizar modificaciones en la conducta humana en función de una realidad colectiva determinada que abarca no sólo el aspecto político, sino también sistemas económicos, culturales, tecnológicos, religiosos y un largo etcétera que quizá sería extenso detallar. La existencia de ideologías no implica solamente hablar de izquierda y derecha, el asunto va más allá. Y tanto en uno como en otro lado existen posiciones diversas que pueden llegar a ser tan radicales como peligrosas, pero también en ambos lados puede que existan posiciones inteligentes que merezcan atención y consideración. Las ideas nunca desaparecerán, como tampoco los intereses o las necesidades, y justo es decir que de allí es probablemente de donde debiera partir el análisis en torno a las ideologías en el contexto social.

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