Alfonso Mata
En nuestra tierra, la sensibilidad de cada quien no sólo es acallada por lo que sabe y dice sino por circunstancias, mandatos e intereses.
¡Ah el pobre! Sólo tiene tiempo de hablar con sus hambres, diálogo constante de sordos por sobrevivir, de discusiones con la familia, pero nunca de darse el tiempo de dialogar con los otros y mucho menos pensar en su comunidad.
¡El académico! reviste cada tema con tantas palabras de lo más extrañas y rimbombantes y a veces fantasiosas, que al final uno no puede percibir de lo que habla o trata. Todos los días parece cambiar de casete, se les escucha con curiosidad y luego su saber se quema en las neuronas.
¡Ah el político! malabarista que con unas cuantas palabras de juguete; genera por donde pasa un disfraz de tonterías y mentiras, que el pueblo al caerle en gracia se las cree, porque nada es dicho con exactitud ni con veracidad; luego, el pueblo las olvida, las hambres le aprietan.
¡El religioso!, siempre con la frase a flor de labios, que dice es saber que viene de arriba y que es buena para el joven, el adulto y el viejo. Siempre pidiendo rezar e ignorar de uno, pues todo viene del cielo. El habla y pensamiento debe quedarse en el olvido, pues no sirve para nada, ni para recordar, y en cambio la esperanza y la promesa, esa saca de este basto manicomio.
¡El militar! Este habla poco, casi es mudo, se la pasa construyendo un profundo cerco para la gente a la que sirve, para darle independencia del resto de los hombres.
¡Ah el pueblo! el pueblo hace la verdad no la busca, por eso es que circulan tantas versiones de un hecho. No es mentiroso como el político, ni se dice docto como el profesional, ni enviado de los cielos o constructor de fortalezas. Es a su modo de todo y entonces usa versiones diferentes según se le presente la vida. El pueblo sueña, no busca explicaciones y eso se lo toma en serio, sin vigilar las consecuencias que eso le trae y no hay nada en su cabeza que le avive tanto la imaginación en ciertas épocas del año, como el acto político y el religioso. Y de esta cuenta, no hace absoluto silencio ante la crítica, sino ante el pensar.
Así que cada día en nuestra querida República, todos esos actores llenan el teatro con su obra, en que se bebe, copula roba y asesina. Todos enloquecen y se aburren, ya que se hablan diferentes lenguas y cosas, y en una esquina dentro de la que tengo asiento, habemos unos cuantos corrompidos, que torturamos nuestros cerebros buscando transformar ese gran teatro de actores profesionales de todo tipo; en que día tras día desde hace siglos, se escenifica con realismo absoluto y radical, realidades personales, sin importar la del otro; historias diversas de nervios fatigados, en que la egolatría sienta reales, sin preocuparse de la profundidad del hombre.