Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En el transcurso de la historia todas las sociedades han hecho esfuerzos por reducir los índices de pobreza porque todos los Estados tienen que trabajar en la búsqueda del bien común y ello es imposible en medio de graves condiciones de miseria que implican, por necesidad, marginación de aquellos que no tienen acceso a los servicios esenciales ni pueden aspirar a una vida digna. En el caso de Guatemala vamos como el cangrejo porque en lo que va del año 2006 para el presente la pobreza ha aumentado más del 8 por ciento para situarse, al 2018, en 59.3%, cifra oficial que debiera llenarnos de vergüenza por lo que significa en términos de desprecio a la gente.

Obviamente en esas condiciones la migración es una necesidad absoluta porque está visto que quienes se quedan aquí no tienen más perspectiva que la de empobrecerse cada vez más. El aumento del contingente de pobres debe ser un baldón para los dirigentes del país y para las élites que tienen todo el poder de decisión, pero aparte de esa dramática realidad que nos debiera obligar a abrir los ojos, quiero destacar que ese retroceso se ha dado no obstante que el país recibe las remesas que envían los guatemaltecos que tuvieron que emigrar y que de no ser por el esfuerzo de esa gente, las condiciones serían muchísimo más críticas y severas.

El pasado sábado publicamos un trabajo sobre el peso que en la economía nacional y en la subsistencia de los guatemaltecos tienen las remesas, y de no ser por ese constante chorro de dinero que llega como resultado del esfuerzo, sudor, sangre y lágrimas de nuestro compatriotas, aquí estaríamos en condiciones de verdadera hambruna generalizada, peor de las que hemos visto en países africanos.

Y lo más grave de todo es que no nos inmutamos y hasta vemos que el Gobierno, para quedar bien con Trump, trata con desprecio a los migrantes y está viendo cómo contiene ese flujo de personas que buscan refugio y oportunidad en países más desarrollados, donde son objeto de discriminación y desprecio, pero al menos pueden devengar salarios que si bien son inferiores a los que pagan a trabajadores norteamericanos o extranjeros con papeles, se convierten en el medio de vida no sólo para los que lograron irse, sino también para sus familiares que se quedaron.

Es imperativo cambiar el modelo económico del país que, evidentemente, no funciona porque lejos de reducir los índices inhumanos de pobreza los está aumentando de manera sostenida. Es obvio que tenemos un sistema que acumula beneficios en unos pocos y traslada miseria y falta de oportunidades a la mayoría de la población y eso no puede continuar porque tarde o temprano veremos que esas condiciones vuelven a generar las situaciones de guerra y conflictividad que ya vivimos en ese pasado del que, por lo visto, no aprendimos absolutamente nada.

Vivir dependiendo más del trabajo de nuestros compatriotas que de nuestro propio esfuerzo es una soberana vergüenza y más debiera ser para los que mantiene de esa forma un “mercado” que se sostiene a punta de tanto dolor y sufrimiento.

Artículo anteriorLos Chuj de Yich K’isis tienen derecho
Artículo siguienteManoseo de recursos