Oscar Clemente Marroquín
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Siempre ha habido mentirosos en el mundo y desde el origen mismo de la humanidad se registra diverso tipo de farsantes pero pocos de ellos llegaron alguna vez a convertirse en líderes y mucho menos en dirigentes de alguna nación. En muchos casos fue la mentira usada para encubrir hechos, más que los hechos mismos, lo que provocó el derrumbe de políticos que aspiraban a importantes cargos públicos porque eran tiempos en los que resultaba imposible imaginar a un mentiroso patológico investido como la máxima autoridad.
Se podían perdonar muchas cosas, pero la mentira cínica era tan despreciada como para provocar el fin de alguna pretensión. Gary Hart es posiblemente uno de los más célebres porque en 1988 se perfilaba como el candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos y ante los rumores de un amorío hizo rotundas negativas y pidió a la Prensa que investigara su vida, lo cual corroboró las acusaciones y fue el engaño, la actitud mentirosa de Hart, lo que acabó con su carrera política. Hasta los falsos ofrecimientos de los candidatos, mentiras al fin y al cabo, se disfrazaban con ropaje de verdad sin cabida para el descaro que se observa en los últimos tiempos.
Pero esas son épocas pasadas porque ahora no sólo se permite la mentira cínica y descarada sino que en algunos casos hasta se admira a políticos que mienten sin el menor rubor. Ya al principio de este siglo es memorable el montaje, la mentira del siglo, que hicieron el entonces presidente George Bush y su vicepresidente Dick Cheney afirmando que Irak tenía armas de destrucción masiva para justificar la guerra tras el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Pero todavía entonces el mentiroso se tenía que ocupar en encubrir sus mentiras porque la opinión pública tenía algo de exigencia, en contraste con lo que ahora vemos como el nuevo paradigma de la política que es la desfachatez para mentir sin el menor rubor.
Alfonso Portillo, tras dejar el poder, dijo que para llegar al poder hay que mentir porque la gente quiere que se le engañe con ofrecimientos de cualquier tipo pero ese engaño siempre tuvo sabor a estafa porque no era del burdo tipo del que ahora vemos cuando hay gobernantes que afirman que han detenido a 100 terroristas de ISIS o que tienen camiones que son capaces de interceptar aviones que llevan drogas, entre otras tantas charadas.
Las palmas mundiales se las lleva, sin duda alguna, el presidente de los Estados Unidos quien miente a conciencia y sin ningún empacho porque sabe que su base, sus incondicionales seguidores le aplaudirán aún ante la probada y demostrada patraña. Miente sobre lo que ocurre en otros países y miente sobre lo que pasa en su propio territorio con la tranquilidad que otorga el haberlo hecho reiteradamente en el pasado sin ninguna consecuencia más que ese cerrado y sonoro aplauso de sus más fervientes admiradores.
Las mentiras del líder de una potencia son de graves consecuencias, mientras que las de un sencillo comediante devenido por azar en gobernante, no hacen sino provocar la risa o la vergüenza ajena.