Víctor Ferrigno F.
La Caravana del Migrante que, desde Honduras se dirige hacia EE. UU., constituye una auténtica insurrección ciudadana. Se han insurreccionado contra las políticas represivas del Gobierno, contra la inseguridad, la pobreza y el hambre. Se hartaron de ser parias en su tierra y decidieron buscar futuro en un país que ya les trata como una amenaza, solamente por aspirar a un futuro, a una esperanza, a una vida digna.
Salieron desde San Pedro Sula, el centro industrial hondureño, considerada hasta hace tres años como la ciudad más violenta del mundo. Pasó de la tercera posición que ocupaba en el 2016, con una tasa de 112 homicidios por cada 100 mil habitantes, al lugar 26 en el 2017, con 51 homicidios por cada 100 mil habitantes, según un ranking de la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.
“Pero 51 muertos diarios aún son demasiados”, declaró un miembro de la Caravana, que prefirió arriesgarse a un viaje muy peligroso, a quedarse en un infierno de inseguridad.
Pero no huyen solamente de la inseguridad, sino también de la pobreza y el desempleo. Los datos del Instituto Nacional de Estadística señalan que el 68% de la población vive en condición de pobreza, sumando más de seis millones de ciudadanos. De ese conglomerado, el 44%, es decir, 3.9 millones, viven en pobreza extrema, a lo que se suma la realidad del subempleo, que es del 56%. Del total de asalariados, el 75% recibe menos de la remuneración de subsistencia.
En marzo pasado, los representantes de la ONU expresaron que Honduras recayó tres puntos en los índices de pobreza. “El problema en Honduras es que las personas que salieron de la pobreza recayeron nuevamente, y esta vez en pobreza extrema”, declaró la vocera del organismo internacional. En ese inhumano contexto, no puede haber futuro digno.
El hambre también azota a la población; con un índice de desnutrición del 14.8% (2014-2016), de acuerdo al último informe El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2017, Honduras es el segundo país de C.A. peor nutrido, después de Guatemala.
Las mujeres y hombres de la Caravana saben que la travesía será dura y que posiblemente no puedan entrar a EE. UU., pero no les intimidan las amenazas gubernamentales, pues el infierno del que huyen es aún peor. Ellos saben que los gobiernos estadounidenses apoyaron el golpe de Estado contra Mel Zelaya en 2009, así como los fraudes electorales de Juan Orlando Hernández (JOH) en 2013 y 2017, condenados por la ONU y la OEA. Si hubieran respetado el voto ciudadano y la democracia, probablemente las condiciones sociales no serían tan duras y tal vez, solo tal vez, no se hubieran visto forzados a emigrar.
Donald Trump le ha pedido enérgicamente a JOH, el presidente del fraude, y a Jimmy Morales, el presidente que ha dado un Golpe de Estado Técnico, que frenen la Caravana, y aseguren que no se violarán las leyes migratorias de EE. UU. Los violadores de la ley, llamados a hacer prevalecer la normativa, frente a una población que ejerce su derecho humano a la migración.
Les preocupa que unos mil 500 hijos de Morazán se hayan insurreccionado frente a gobiernos que no garantizan sus derechos constitucionales y hayan emigrado públicamente, sin esconderse, dando un ejemplo de dignidad.
Esta es la primera de muchas Caravanas de Migrantes que nadie podrá frenar, hasta que en Centroamérica haya desarrollo, seguridad y verdadera democracia.