Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Siempre he creído que es posible hacer de Guatemala un país de primer mundo. Puede resultar fantasioso para muchos, inclusive quizá utópico, pero… ¿Por qué no? Un país en donde además de lo visible en infraestructura como suele apreciarse en las ciudades desarrolladas, la gente no tenga que caminar por largos trechos de terracería para llegar a un puesto de salud en donde quizá le den algunas aspirinas para “curar” un padecimiento que probablemente necesita más y mejor atención; un país en donde quienes quieren desplazarse de un departamento a otro no tengan que considerar viajes eternos y peligrosos por el pésimo estado de las carreteras y por el temor a ser asaltados; un país en donde los niños reciban educación de calidad que les prepare para dirigir con honestidad el Estado el día de mañana y que les dé una mejor calidad de vida de cara al futuro; un país en donde la gente pueda tener acceso a trabajo honrado y digno que les permita llevar sustento a su mesa sin las precariedades y la incertidumbre del desempleo; un país en donde las mujeres no salgan a la calle con el temor a ser manoseadas, abusadas o violadas (inclusive en los buses del transporte público); un país en donde los jóvenes puedan salir a practicar deporte en los parques sin el temor a ser asaltados a la vuelta de cualquier esquina; un país en donde los niños salgan a chamusquear o jugar escondite en las calles de su barrio sin la preocupación de los padres porque no regresen; un país en donde los embarazos en menores de edad no se cuenten por miles como sucede actualmente y donde el abuso infantil sea perseguido, juzgado y condenado; un país en donde el arte y la cultura no tengan que padecer una y mil peripecias para obtener pequeños presupuestos que les permita sobrevivir; un país donde se entienda que la educación y la formación pueden hacer una gran diferencia en la búsqueda del desarrollo; un país donde la función pública no sea vista como la oportunidad para enriquecerse desmesuradamente de forma ilícita sino como una genuina oportunidad para servir y dejar huella en la historia; un país donde la administración pública realice sus funciones a conciencia, en el marco de la eficiencia y la transparencia… En fin, el asunto implica obviamente más complejidad (y voluntad política) que solamente decirlo, además de que los países desarrollados, justo es decirlo, también enfrentan su propia tipología de problemas. Sin embargo, a pesar de que el asunto va más allá de lo perceptible desde la perspectiva de lo cotidiano y común en el marco de la sociedad en su conjunto, y de lo asombroso e inaceptable que resulta conocer las cifras astronómicas y los entramados producto de la corrupción que se han hecho públicos desnudando cómo ha venido “funcionando” el sistema desde hace mucho; y aunque se torne complicado y tome tiempo, hacer de Guatemala un país de primer mundo, sigue siendo posible…, así quiero creerlo.

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