Luis Enrique Pérez

lepereze@gmail.com

Nació el 3 de junio de 1946. Ha sido profesor universitario de filosofía, y columnista de varios periódicos de Guatemala, en los cuales ha publicado por lo menos 3,500 artículos sobre economía, política, derecho, historia, ciencia y filosofía. En 1995 impartió la lección inaugural de la Universidad Francisco Marroquín.

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Luis Enrique Pérez

El término “gobernante” deriva del latín “governor”, que a su vez deriva del griego “kybernétes”, que significa “timonel”. La función del timonel era dirigir el barco; y porque lo dirigía, lo gobernaba. Por analogía con el timonel de un barco, el matemático Norbert Wiener denominó “cibernética” a la “teoría del control y de la comunicación en las máquinas y en los seres vivos”. Era la teoría del gobierno de procesos mecánicos y biológicos.

Platón, en el diálogo “El político o de la realeza”, afirmó que el político era quien poseía la ciencia del gobierno, o ciencia cuya finalidad era el bien del Estado. Esa ciencia era la política. Platón la denominó “ciencia regia” porque, para procurar el bien del Estado, “reinaba” sobre las otras ciencias. Procurar ese bien no era, por ejemplo, finalidad de la geometría, o la astronomía, o la física; y entonces quien debía gobernar el Estado no era el geómetra, el astrónomo o el físico. Era el político.

Empero, según Platón, la política no era una ciencia puramente teórica, como la aritmética, sino que también era práctica, porque su finalidad era dirigir el Estado. Por esa razón, el poseedor de esa ciencia regia, es decir, el político, tenía el poder de mandar, aunque él mismo no era mandado. No era un timonel que debía obedecer. Era un supremo timonel.

Aristóteles, en su obra “Política”, afirmó que una sociedad de seres humanos se constituía para lograr un determinado bien. El Estado era una sociedad; pero no cualquier clase de sociedad. Era la sociedad política. Era la sociedad superior; lo cual significaba que no era parte de otra sociedad, sino la sociedad de la cual era parte cualquier otra. Por esta razón, el bien que se proponía lograr el Estado era superior al bien de cualquier sociedad comprendida en él. En ningún sentido Aristóteles pretendió que hubiera un bien que no fuera bien individual.

Ser político, es decir, poseer la ciencia de gobernar, es saber dirigir el Estado hacia el bien de todos sus miembros, de modo tal que cada quien pueda procurar su propio bien particular; lo cual implica limitar el bien de cada quien para que sea posible el bien de todos. En un Estado que pretende ser justo, todos los ciudadanos deben estar sujetos a la misma limitación. En un Estado que no tiene tal pretensión, el político reparte limitaciones; y entonces unos ciudadanos están sometidos a una menor limitación, y otros, a una mayor.

Hay buenos y malos políticos, de la misma manera que hay buenos y malos médicos. El médico que, por ejemplo, previene oportunamente la enfermedad, o que la diagnostica exactamente, o que la cura eficazmente, es, por definición, un buen médico. El que no la previene oportunamente, ni la diagnostica exactamente, ni la cura eficazmente, es, por definición, un mal médico. El político que dirige el Estado para procurar el bien de todos es, por definición, un buen político. Aquel que lo dirige para procurar el bien de algunos solamente es, por definición, un mal político.

El problema del ciudadano no es que haya o no haya políticos. Los políticos son necesarios, en el supuesto de que el Estado debe ser gobernado. El problema es discernir entre los buenos y los malos políticos. Evidentemente, un político que originalmente es buen político, puede transformarse en un mal político. Quizá nadie pueda predecir esa transformación. Empero, el Estado debe estar constituido de modo tal que, con urgencia, despoje del poder al mal político.

El Estado ha de pagarle al político por dirigir el Estado, de manera similar a como un ciudadano le paga a un médico por conservar su salud. No se trata, entonces, de que el político tenga o no tenga un interés privado, como el de ganar dinero. Es imposible que no lo tenga. Se trata de que satisfaga lícitamente ese interés. Se trata de que posea y aplique la ciencia que Platón denominaba “ciencia regia”: la ciencia del gobierno del Estado, o política. El político que posea tal ciencia sabe, por ejemplo, cuáles son y cuáles no son funciones propias del gobierno, y cómo desempeñarlas, para procurar el bien de todos los ciudadanos, y no solo de algunos.

Post scriptum. No parece ser buen político aquel que cree que son funciones propias del gobierno fabricar mesas, sembrar zanahorias, ordeñar vacas o conceder privilegios económicos; y parece ser buen político aquel que cree que es función propia del gobierno garantizar la libertad, la vida y la propiedad de los bienes de los ciudadanos.

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