Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Los acontecimientos de México en las últimas semanas llevan a muchos a reflexionar sobre las perspectivas de la izquierda en América Latina y también con respecto a qué es la izquierda hoy. Desde la derecha, en una operación ideológica que busca hacer desaparecer a la izquierda, se dice que hoy no tiene sentido hablar de derecha e izquierda. Hacer esa distinción no es más “que repetir un pensamiento que ha sido rebasado por los acontecimientos mundiales y que está lleno de anacronismo trasnochado”. Cierto es que en apenas cuarenta años, muchos de los imaginarios, conceptos, fraseología y debates de la izquierda han quedado rebasados. También es cierto que hoy existen banderas transversales que son abrazadas por sectores ideológicos disímiles. Agregaríamos que la izquierda no es un concepto, cuyo contenido sea esencialmente similar en todos los momentos históricos.

Durante muchos años, como efecto del surgimiento del movimiento obrero europeo, el nacimiento de las distintas vertientes socialistas –particularmente del marxismo–, y sobre todo después del triunfo de la Revolución rusa de 1917, la izquierda se convirtió en sinónimo de anticapitalismo. Los debates se centraron en qué fuerzas sociales serían las llamadas a hacer la transformación capitalista, quiénes deberían ser las clases dirigentes, cuál debería ser el carácter de la revolución más próxima (democrática popular o socialista), cuál tendría que ser la estrategia correcta para derrocar al régimen burgués. El derrumbe soviético y el auge neoliberal volvieron en gran medida obsoletos todos estos debates. La revolución dejó de tener la actualidad que Lenin y Gramsci le asignaban, la clase obrera ya no tuvo la centralidad que antaño ostentaba y las clases se vieron acompañadas de sujetos colectivos cuyas identidades iban mucho más allá de lo clasista. El planeta dejó de ser visto como uno en transición al socialismo después del triunfo bolchevique. En lugar de ello, se volvió perentorio enfrentar al capitalismo salvaje que surgió una vez que los enemigos del capitalismo mordieron el polvo.

En esta situación es en la cual estamos. El triunfo de Morena en México ha mostrado las posibilidades y las limitaciones de la izquierda en el mundo actual. Ha triunfado una fuerza con ese signo porque tiene una voluntad posneoliberal, está nutrida de diversos movimientos y causas sociales y una de sus vertientes viene de la causa socialista. Pero su triunfo ha sido posible entre otros hechos, porque logró articular un programa político que fue apoyado por las más diversas tendencias ideológicas, entre ellas una parte de la derecha que se identificó con la lucha contra la corrupción. Esto hizo posible que una parte importante de las clases medias y sectores empresariales, abandonaran miedos y prejuicios y se uniera a este nuevo bloque histórico cuyo horizonte va más allá de la lucha contra la corrupción. He aquí una de las lecciones que pueden sacarse de todo este proceso. Los sucesos políticos de un país son irrepetibles en otro. No obstante ello, al sur del río Suchiate convendría examinar el proceso mexicano, y sin hacer calco sino creación heroica, debería buscarse una ruta transformadora.

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