Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Me he sentado a escribir estas líneas cuando recién he concluido el comunicado número 69 de la Secretaría Nacional de Derechos Humanos de Morena. Lo he hecho al regresar a casa, después de una burocrática audiencia en la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales de Puebla (FEPADEP). Como Secretario Nacional de Derechos Humanos, soy denunciante de actos de vandalismo en contra de nuestra sede en Puebla, ocurridos en los días previos a la elección. El motivo del comunicado número 69 es el anuncio que me ha hecho por WhatsApp, Gabriel García, Secretario de Organización del Comité Ejecutivo Nacional. Sentado en el café, mientras espero la referida audiencia, leo el mensaje de Gabriel: “Carlos, acaban de asesinar al Presidente Electo de Buenavista, Michoacán. Por favor ayúdanos con el pronunciamiento que lamentablemente se ha vuelto costumbre”. En mis casi tres años en el encargo de derechos humanos, he contabilizado 34 asesinatos de militantes o afiliados a Morena. Además, muchos crímenes e injusticias más que son realidad cotidiana en este México bronco. Pienso, mientras bebo la infusión de menta que he pedido, que éste es uno de los desafíos de Morena: pacificar a un país en el cual dos terceras partes de sus municipalidades están influidas o controladas por el crimen organizado.

En este país la picaresca dice que alguien “se ha sacado el tigre de la rifa” cuando ha llegado a ocupar un cargo de dificilísima gestión. Cuando alguien ha obtenido algo que no es ninguna ganga obtener. Andrés Manuel se ha sacado el tigre de la feria. México ya era un tigre desbocado cuando lo apoyamos en 2006 en su primer intento presidencial. Lo era más todavía en 2012 cuando el fraude nos lo hicieron no solamente adulterando resultados, sino comprando votos a granel. En diciembre de 2018, asumirá la Presidencia de un país sumamente maltrecho. Un grupo de poder político-empresarial que ha secuestrado al gobierno para poder satisfacer sus particulares intereses (“la mafia del poder”); un narcotráfico rampante; una burocracia dorada que ya he empezado a patalear porque se van a reducir notablemente sus salarios; una corrupción pública rampante que al menos roba unos 25 mil millones de dólares al año; una violencia que ha cegado en los últimos doce años 235 mil vidas y ha desaparecido de manera forzada entre 25 y 30 mil personas. A esto hay que agregar una planta productiva desmantelada por más de tres décadas de neoliberalismo, un endeudamiento galopante realizado por el gobierno de Peña Nieto, más de 60% de pobres, millones de jóvenes sin estudio ni empleo. Y muchas otras calamidades más.

Uno de estos días, al salir del edificio en donde parcialmente me mantengo, la señora de la limpieza me ha visto con mi chaleco guinda y el holograma de Morena pues me dirijo a una actividad partidaria. Con una escoba y un recogedor en las manos me ha dicho: “Yo voté por ustedes. Ojalá no vayan a decepcionar a la gente”. Me quedo ensimismado. De todos los desafíos que tiene Morena, este es el decisivo.

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