Víctor Ferrigno F.
El pasado 16 de julio se llevó a cabo la cumbre entre Vladimir Putin y Donald Trump, mandatarios de las dos potencias militares más importantes del orbe, la cual ha generado una álgida polémica. Los conglomerados mediáticos occidentales (que no son prensa) le han dado una visión manipulada al encuentro, ocultando su trasfondo, al destacar cuestiones superfluas o ideologizadas.
Para comenzar, la reunión de Helsinki debe ser interpretada a la luz de la postura de Trump durante las dos últimas cumbres de la OTAN. En la reunión de mayo de 2017, cuestionó que el objetivo estratégico de la Alianza Atlántica es defender a Europa de la presunta amenaza rusa, pero a un costo altísimo para EE. UU., que aporta el 68% de su presupuesto de 936 mil millones de dólares, mientras que de los otros 28 integrantes, solamente 5 cumplen con aportar el 2% de su PIB al gasto militar.
Trump encabeza una corriente del llamado capitalismo productivo, contrapuesto al dominante capitalismo financiero, por lo que es reciente tener que invertir tantos recursos en la Unión Europea (más de 636 mil millones de dólares), que le serían de gran utilidad para impulsar su ambicioso programa de infraestructura, buscando generar empleo y derrame económico-social para sus seguidores, no para las grandes empresas.
En la última cumbre de la OTAN, celebrada este mes en Bruselas, Trump rompió con todos los cánones diplomáticos y cuestionó la función misma de la Alianza, sosteniendo que países como Alemania levantan su pujante economía con energía mayoritariamente producida con gas ruso, y luego reclama apoyo militar para defenderse de un supuesto enemigo, que le vende un insumo geoestratégico.
En cuanto a la guerra de aranceles impuestos por Trump a China y a la Unión Europea (UE), se rige con la misma lógica. EE. UU. tiene una balanza comercial deficitaria con el gigante asiático de más de 375 mil millones de dólares, y con la UE el desbalance es de más de 151 mil millones. Por lo tanto, Trump busca equilibrar la balanza comercial, y forzar a las empresas a reubicarse en suelo estadounidense, para alcanzar mayores tasas de empleo e ingresos para los obreros blancos que le apoyan.
Mucho se ha debatido sobre el plan de Trump, pero lo cierto es que el año pasado EE. UU. creó dos millones de empleos, y que la tasa de desempleo se redujo a 3.9% en abril pasado, la más baja de los últimos 17 años. El desempleo ha decrecido durante los últimos 91 meses, debido a múltiples factores, pero muchos trabajadores estadounidenses ven a Trump como un político creíble, que “pone a América primero”.
En las elecciones legislativas de noviembre se conocerá el veredicto ciudadano, pero el inquilino de la Casa Blanca está logrando sus metas de corto plazo.
Otro factor geoestratégico es que Trump ha roto con el multilateralismo, ha sacado a EE. UU. de varios foros fundamentales de la ONU, y ha apoyado a los gobiernos ultra nacionalistas de derecha en Italia, Austria, Polonia, Turquía, Israel, etc.
Con esas ejecutorias llega Trump a Helsinki, sosteniendo que las relaciones con Rusia están en su peor nivel histórico. A pesar de ello, logran ponerse de acuerdo con Putin en una hoja de ruta, para revisar cuestiones estratégicas como el desarme nuclear, la paz en Medio Oriente y la posible suspensión de los ejercicios militares de la OTAN contra Rusia. Discrepan sobre el tema de Crimea y el supuesto hackeo ruso en las elecciones de EE. UU.
El complejo militar-industrial y los especuladores financieros, que viven del conflicto, acusaron a Trump de traidor y algunos han propuesto su desafuero.
Lo anterior, sumado al inicio de la distensión con Corea del Norte, la escalada contra Venezuela, y el acercamiento con López Obrador, hacen de Trump un político que genera firmes apoyos o intensos aborrecimientos, pero no pasa desapercibido.