Sandra Xinico Batz
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El 12 de julio inició la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua) y su inauguración ha evidenciado el gran racismo que nos carcome como país, un país que está dividido por el racismo, donde se cree como producto de la ignorancia que este provoca, que es el debate de este problema estructural lo que polariza y divide mas no el racismo como tal, lo cual no sólo no permite comprender las demandas de los pueblos indígenas, sino también bloquea mentalmente la posibilidad de reconocer nuestros males para transformar nuestras acciones e ideas.
En la inauguración de Filgua se repitió una de las expresiones más recurrentes del racismo en Guatemala: la folklorización. Utilizar al Ballet Folklórico no fue un error porque es una práctica recurrente en el país, que aún no se comprende como racismo porque nos faltan insumos para comprender que el racismo estructural no se trata sólo de la discriminación sino de la ideología racista con la que se erigió el racismo de Estado. El racismo no se refiere únicamente al acto del maltrato o la discriminación como tal, sino tiene que ver con el contexto de desigualdades (provocadas) que se imponen a los indígenas por ser indígenas: empobrecimiento, violencias, exterminio, sometimientos, esclavización, despojos, folklorización, apropiación.
Este racismo provoca que exista una aprobación y reconocimiento cada vez que nuestra indumentaria es vestida por otros que no son indígenas, precisamente por esto, porque no son indígenas. Concursos de belleza, ballet folklórico, campañas de promoción turística, ferias internacionales, son solo algunos ejemplos en los que mujeres blancas se disfrazan y “actúan” como indígenas y se les observa con poses de sumisión mientras sonríen y se dicen cosas al oído entre ellas, como simulando la cotidianidad de las mujeres mayas.
Se aprecia la belleza de un textil, pero cotidianamente se rechaza a quienes los elaboran y les dan sentido cultural. Hay una necesidad de blanquear y europeizar lo indígena para que no parezca por completo indígena, pero que no pierda su exoticidad porque de lo contrario ya no sería folklore y por lo tanto pierde rentabilidad. Mientras se mata a nuestros pueblos de diferentes formas como producto del racismo, se explota nuestra cultura y socialmente se espera que nos sintamos orgullosos de esto.
Una vez más, como en el caso de la denuncia que presentamos por el uso del término racista “María”, la violencia racista hacia nosotras se ha desatado. Se quiere justificar el racismo con más racismo. No hay argumentos para debatir y se ha recurrido a la violencia y el hostigamiento. Con prejuicios racistas, como el que asegura que lo que queremos es que nuestros trajes sean vestidos sólo si se tiene “cara de comal y cuerpo de tecomate o estela”, se evaden responsabilidades y se anula el análisis.
Como intolerante, resentido, rencoroso y vengativo se define al indígena que no quiere seguir dominado y alza su voz. Intentan anular nuestra indignación diciendo que nada queremos, pero se equivocan, si queremos algo, que dejen de ser racistas.