Adolfo Mazariegos
Cuando se habla de política llevada a la práctica, es preciso, inicialmente, indicar que no es lo mismo política que politiquería, a pesar del reiterado uso del término que se hace por parte de un alto porcentaje de quienes “desempeñan” funciones en el marco de la política haciendo realmente politiquería. La política en el ámbito de la academia es una ciencia social, una ciencia que trata y estudia temas relacionados al Estado, al gobierno y al ejercicio del poder en una sociedad, y cuya finalidad -en términos generales- es servir a la colectividad, puesto que de ello se trata el uso de la ciencia, sea esta cual sea y muy a pesar de las interpretaciones o usos que en la práctica se le dé (aunque ese es otro asunto, ciertamente, dado que la práctica suele ser muy distinta). En tal sentido, y de cara a las elecciones del próximo año, prudente es hacer algunas reflexiones que en este caso podríamos dividir en dos: la primera, aquella que tiene que ver con lo que percibimos como votantes de quienes deciden postularse a cargos de elección popular y que nos lleva a la necesidad de no votar sólo por votar, ni como producto de campañas clientelares poco fundamentadas, sino con la convicción de que votamos por quien creemos que es el más capaz, el más preparado o preparada, y el más honesto (honesta) para ejercer altos cargos en la función pública (aunque en ese sentido, los anteriores procesos eleccionarios han dejado mucho que desear en virtud de las falencias evidentes y de lo permeable que ha resultado el sistema); la segunda, estrechamente vinculada a la primera aunque más referida a la razón fundamental por la cual quienes con el derecho que les da la ley en el sentido de elegir y ser electos, deciden optar a cargos a los que se accede mediante el sufragio ciudadano. Y es justamente allí, en esa intencionalidad, donde se da uno de los grandes problemas de actualidad en el ejercicio de la función pública como una forma de hacer política, puesto que es notorio el hecho de que ése ejercicio del poder se ha convertido (en un alto número de eventuales candidatos) en finalidad más que en medio, es decir, la política llevada a la práctica se ha convertido en el fin a perseguir en sí mismo y no en un medio a través del cual se puede hacer mucho en función del bien común, lo cual es preocupante y reprobable, puesto que la función pública se vuelve un mecanismo a través del cual, en muchos casos, se busca (verbigracia) el acceso a riqueza ilícita o se utiliza como mecanismo para ejercer influencia en favor de intereses particulares contrarios al bien común o, inclusive, que pueden reñir con la ley. En fin, vale la pena pensar en ello: hacer política, más que una finalidad, debe ser vista como una oportunidad para servir, y para trabajar por transformar aquello que esté mal en el país…