Juan Francisco Reyes

jfrlguate@yahoo.com

post author

Juan Francisco Reyes López 
jfrlguate@yahoo. com

Este lunes es el último día de mi vida que transcurra con 79 años, mañana martes se iniciarán mis 80 años. Nunca esperé llegar a esta edad y creo que la mayoría de quienes vivimos hoy tampoco lo pensamos, pero es Dios quien determina a qué edad llegamos.

Mis hijos me han convencido de celebrar a toda gala este hecho y por ello así lo haré, y para el efecto he invitado a mis amigos o hijos de amigos de las diferentes etapas de mi vida.

La vida es efectivamente etapas y estas se suceden las unas a las otras. La primera etapa se inicia con el nacimiento, evoluciona con la niñez, continúa con la adolescencia, en la cual recuerdo el Colegio San Sebastián y el haber sido acólito de Monseñor Rossell, así como el primer Congreso Eucarístico Centroamericano, la Avenida Simeón Cañas con los hermanos Manolo y Pepe Estrada, su distinguida mamá y su lindísima hermana Lulú.

Fue en esa etapa cuando el padre Carlos Sánchez me tomó como su acólito, en la Iglesia La Asunción, hecho que permitió que él y mis padres iniciaran amistad, así fue como mis padres y monseñor Sánchez hicieron arreglos para que a los 13 años partiera, por primera vez un miembro de mi familia, a los Estados Unidos, específicamente a Birmingham, Alabama, donde bajo la protección de la familia James estuve parte del High School.

Regresé a Guatemala a cumplir 15 años e incorporarme al colegio de toda mi vida, el Colegio San Sebastián, donde Monseñor Rossell, la señorita Josefina Alonzo, la señorita Lilian, la señorita María del Carmen, el catedrático Mario y numerosos maestros nos formaron hasta graduarnos de maestros y bachilleres, cosa que en mi caso aconteció en 1956, concluyendo así esa primera etapa de mi vida.

Inicié la segunda etapa inscribiéndome en la Facultad de Medicina Veterinaria en la Universidad de San Carlos; sin embargo, mi padre, que era un excelente empresario, vendió una de las empresas con que activaba y con el dinero que obtuvo de dicha venta decidió que toda la familia se iría, casi un año, a Europa, a recorrer el viejo mundo, a conocer y nutrirnos de todo lo que este continente tiene.

En el mes de mayo, donde embarcáramos un automóvil último modelo, subimos al barco de la línea italiana llamado Julio Cesar, el que como un crucero nos llevó primero a las islas Azores, después a Portugal, de ahí a Barcelona, de Barcelona a la Costa de Francia y por fin a Nápoles, Italia, donde desembarcamos y recibimos nuestro lindísimo Pontiac para empezar a recorrer, a nuestro sabor y antojo, Europa.

A mí se me asignó la responsabilidad de trazar las rutas entre ciudad y ciudad, y así comprobar que caminábamos en el rumbo adecuado.

Después de recorrer Nápoles, Capri, Pompeya, Herculino, subimos hacia Roma donde estuvimos por 20 días guiados por un guía particular llamado don Mario, un hombre sumamente culto, que había sido guía de los reyes de Grecia y Bélgica y a quien todos respetaban en los lugares que llegábamos. Eso nos permitió conocer Roma verdaderamente, las cinco principales basílicas, el Vaticano, la parte romana incluyendo el Coliseo  y muchos otros lugares como la Vía Adriana y demás.

De Roma subimos a Florencia, de Florencia a Verona, de Verona a Venecia pasando por varias ciudades como Milán. Fue por el norte de Italia que entramos a Suiza un país distinto en todo sentido. ¡Guatemala es primero!

Continuará. 

Artículo anteriorLa política: ¿medio o finalidad?
Artículo siguienteLa molicie privada y del Estado