Eduardo Blandón
Los libros de autoayuda supongo que son una expresión de la necesidad congénita de apoyo que las personas experimentan en su diario vivir. Una especie de anhelo interior para una vida óptima en medio de la vida salvaje que es nuestro mundo. Y sí, quizá no todos la necesiten, pero hay una tendencia generalizada que los editores explotan para provecho de sus bolsillos.
¿Qué hacía la gente en la era veterotestamentaria para cubrir esa necesidad? Supongo que acudía a los gurús, los ancianos de la comunidad o sus sacerdotes para recibir una palabra de aliento. Época aquella en la que sin duda los consejeros pasaban buena parte del día sentados en los confesionarios u oficinas orientando a los espíritus díscolos para obtener un poco de sensatez y recuperarlos de sus propias manías.
Piense que no estaba desarrollada la psicología. La disciplina de la psicología positiva ni se planteaba. De a poco fue ganando terreno y dejaron de ser los consultorios, muchos de ellos psicoanalíticos, lugar para “enfermos”. Porque recuerde que según moneda corriente “solo acudían al psicólogo los enfermos”. Ese período está superado y hoy los psicólogos son los sacerdotes de la profanidad.
Porque no se puede pensar en un libro de autoayuda sin fundamento “científico”. Ahí tiene, por ejemplo, el libro de Angela Duckworth, “Grit: The Power of Passion and Perseverance ” salpicado de citas y experimentos con la que fundamenta su teoría de que basta querer algo y mantenerse cabezota para realizar lo que sea. O el último texto de Gretchen Rubin, “The Four Tendencies” en la que evidencia cuatro tipos de personalidades que definen la conducta de las personas: «Upholders, Questioners, Obligers, y Rebels”.
Con lo que se ve que la autoayuda es más que una moda. Y para los que detestan al buen Cohelo hay que anunciarles malvadamente que hay sujetuelos así para rato. Por ello, más que molestarse y recriminar al vulgo siempre necesitado de pan y circo, hay que tomarlo con humor deportivo, decantarse por los memes o simplemente ser considerado y tolerantes con la diversidad. Hay que demostrar que la lectura ilustrada pasa por la condescendencia y un espíritu de fineza todo terreno.
Por lo demás, quiero pensar que esos bálsamos literarios son, además de gérmenes de crecimiento, una forma para evitar la debacle social. Y si Cohelo puede evitar suicidios y crímenes pasionales, bien por el autor con sus ideas fáciles. ¿Son esos textos los opiáceos posmodernos de las conciencias? Puede que sí, pero tengo más confianza de su valor que los perjuicios que puedan ocasionar. Quizá el tiempo nos ofrezca un veredicto mucho más certero del que tenemos ahora.