Mario Alberto Carrera
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28 de junio
Guatemala exporta café, bananos, palma africana, azúcar y ¡el mejor de sus productos!, personas acompañadas por pequeños esclavos llamados en el DLE: niños.
No somos un país industrializado, apenas si nos asomamos a ello mediante el terrible oficio de las maquilas, donde se explota a troche y moche, de día y hasta de noche, porque allí el Código del Trabajo viene a ser como la Carabina de Ambrosio o como el chile chamborote del fiambre.
Exportamos personas como en los mejores días de la esclavitud africana. Sólo que aquellos esclavos viajaban en contra de su voluntad, reclutados a la fuerza por coyotes que sí tenían la autorización de reinos y monarquías que traficaron ampliamente y sin recatos con tan grotesca mercancía.
Los productos humanos que nosotros enviamos al exterior van, en cambio, por sus propios pies, aparentemente. No hay un intermediario oficial ni autorizado. La gente exportada se trepa en la Bestia, sin que nadie la empuje sobre los vagones y se “mata”, literalmente, por ocupar un “cómodo compartimiento” en el infernal vehículo, sobre el camino de hierro y fuego de las tierras mexicanas.
¿Quién ha dicho que la esclavitud (como estructura socioeconómica) ha fallecido? Yo digo, sin lugar a dudas, que continúa floreciente y con las fluctuaciones normales de toda la vida. Lo que pasa es que la demanda a veces decrece por parte de los gringos (y europeos) y la oferta en cambio, como la brama de los humanos, siempre está en plan de regalada.
La esclavitud es la “mejor” forma de inversión por parte del que la demanda: puede uno dar tundas y patadas y pagar nada o muy poco y estar seguros de que siempre habrá un miserable que quiera emplearse por nada y servir 12 o 14 horas diarias. Es el caso de un 70% de las domésticas nacionales, porque la esclavitud también tiene enorme demanda dentro del país. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.
Dentro de lo que exporta nuestra nación semifeudal y por lo tanto agricultora por excelencia, están los productos cárnicos, pero me refiero a la carne humana que en el tren de la muerte exportamos hacia los Estados Unidos que, con ruin desdén, nos la devuelve (modosos que son ellos y también crueles en ocasiones) porque en este momento tienen saturadas las ofertas que se les brindan de todas partes del mundo hambriento, es decir, del Tercer Mundo.
Por ello ha venido al país, en la fecha que arriba consigno, nada menos que el señor Vicepresidente de los Estados Unidos, la nación más fuerte de Occidente (todavía y acaso por muchos años más, al menos lo que le restan a mi triste y opaca vida de clase mediero centroamericano) a decirles a sus tres pupilitos: “¡Por la gran púchica, muchá, qué chingados pasa que no entienden. Qué poca xola la que tienen!” Y añadió: “¡Por ahora no queremos más shumos en nuestras tierras, tienen que cerrar la exportación de carne humana. Ya no la queremos ni regalada!
¡No vayan, no vengan!”
Vino el patrón a ordenar a sus pupilos babosos del Triángulo obsceno, con terminantes órdenes. Pero no se ha tomado la molestia de decir a sus lacayos cómo han de evitar el éxodo sin Moisés redentor. Aquí no hay trabajo y allá tampoco. La gente desesperada –en sus guetos donde la miseria impera implacable– seguirá desfilando hacia el patíbulo norteño. Eso, ni quepa dudas. Además, la exportación de nuestra carne humana nos trae cuenta. Los muertos de hambre resucitan por el maldito instinto de vivir. Y mandan remesas con las que, los incapaces mandatarios del Triángulo, capean la tempestad anual de sus Presupuestos. ¡Vivan los muertos vivos que nos mantienen, sin que la oligarquía se despeine!