Luis Enrique Pérez

lepereze@gmail.com

Nació el 3 de junio de 1946. Ha sido profesor universitario de filosofía, y columnista de varios periódicos de Guatemala, en los cuales ha publicado por lo menos 3,500 artículos sobre economía, política, derecho, historia, ciencia y filosofía. En 1995 impartió la lección inaugural de la Universidad Francisco Marroquín.

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Luis Enrique Pérez

En el año 1992, en Río de Janeiro, Brasil, la Cumbre de la Tierra, auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas, declaró que el planeta sufría calentamiento global. También declaró que el ser humano era el causante de ese calentamiento, principalmente por ser emisor de dióxido de carbono, que es un gas compuesto por un átomo de carbono y dos átomos de oxígeno.

Surgieron, entonces, grupos de ecologistas dispuestos a oponerse, hasta violentamente, a actividades económicas que emitían dióxido de carbono; por ejemplo, generación de electricidad con energía obtenida del petróleo. Y pronto expandieron su oposición a todo aquello que era considerado obra del progreso tecnológico. Y algunos científicos se consumían en predicar que el calentamiento global causado por el ser humano, provocaría espantosas catástrofes naturales, como el incremento del nivel de los océanos; y había que detenerlo.

Durante la Cumbre de la Tierra, varios científicos firmaron una declaración denominada “Manifiesto de Heidelberg”. Esos científicos estaban preocupados por la ideología ecologista irracional que pretendía, con absurda angustia y violenta urgencia, paralizar la actividad humana emisora de dióxido de carbono. El manifiesto era un acto de sensatez científica entre la insensatez ecologista. Era una gratificante luz de racionalidad científica entre amenazantes sombras de irracionalidad ideológica.

El manifiesto finalmente fue firmado por miles de científicos o intelectuales de 106 países; y 72 de los firmantes eran ganadores del premio Nobel. Y es una prueba de que ya en la década de los años 1990 los científicos discrepaban sobre la relación de causa y efecto entre la actividad humana y el clima global. Es decir, el disenso de los científicos sobre tal relación no es reciente. Jamás ha habido consenso.

El manifiesto expresaba preocupación por el surgimiento “de una ideología irracional que se opone al progreso científico e industrial, y que impide el progreso económico y social.” No había “un estado natural, algunas veces idealizado por movimientos con tendencia a mirar hacia el pasado”, y no lo había probablemente “desde la primera aparición del hombre en la biósfera, ya que la Humanidad ha progresado siempre dominante y transformando progresivamente a la Naturaleza para satisfacer sus necesidades, y no inversamente.”

Los científicos que firmaron el documento reconocían el valor de “una ecología científica”, en un Universo “cuyos recursos deben ser objeto de inventario, monitoreo y conservación”; pero exigían que ese “inventario, monitoreo y conservación estén basados en criterios científicos y no en preconceptos irracionales.” Según esos mismos científicos, “el progreso y el desarrollo han involucrado siempre un creciente control sobre fuerzas hostiles, para beneficio de la humanidad”; y “la ecología científica es una extensión de este progreso continuado hacia una vida mejor de las futuras generaciones.”

Su intención era conferirle valor a “la responsabilidad y el deber de la ciencia hacia la sociedad como un todo.” Y exhortaban a “las autoridades que dirigen los destinos de nuestro planeta”, a no ser influidas por “argumentos seudocientíficos, o información falsa, o sin relevancia.” El Manifiesto de Heidelberg, empero, no afirmaba ni negaba que hubiera calentamiento global; y en el caso de que lo hubiera, no afirmaba ni negaba que el ser humano es causante de ese calentamiento. El principal propósito subyacente del manifiesto era la defensa del progreso de la humanidad mediante la ciencia, la tecnología y la industria.

Un propósito conexo era denunciar la ideología irracional de algunos grupos ecologistas, que pretenden que el ser humano vuelva a vivir en estado de naturaleza, y hasta prefieren que se extinga el género humano, para proteger a una venerada, santificada y deificada naturaleza. Esa ideología no solo es irracional. Es demencial. Y esa irracionalidad y esa demencia se combinan con sinérgico vigor para atentar contra el progreso de la humanidad.

Post scriptum. He aquí una de las tesis finales del Manifiesto de Heidelberg: “Los mayores males que acechan a nuestra Tierra son la ignorancia y la opresión, y no la ciencia, la tecnología y la industria.”

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