Emilio Matta Saravia
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Durante la semana antepasada varios colegas escribieron columnas de opinión referentes al tema de los empaques plásticos, por lo que me pareció apropiado abordarlo, ya que en distintos países se está legislando para intentar mitigar la huella ecológica que deja.

Es innegable el beneficio que ha traído el plástico, especialmente los empaques de este material en la vida del ser humano. Las preguntas relevantes son: ¿A qué costo? ¿Y quién lo pagará? Aquí es donde se complica la cosa e intentaré ser lo más objetivo posible para analizar el tema.

Los plásticos son productos que se fabrican procesando resinas de polietileno, polipropileno, entre otras, las cuales son derivados del petróleo, por lo que la huella ecológica del plástico inicia desde el momento de la perforación de un pozo petrolífero. Luego de la perforación, si es que el pozo es explotable, se extrae el crudo y se transporta hacia una planta de refinado, donde el crudo se calienta en calderas para separar sus elementos más volátiles de donde se obtienen gasolinas, de los menos volátiles, de donde saldrán el resto de derivados. Los segundos, son luego trasladados a plantas petroquímicas donde por medio de un proceso llamado craqueo separa las materias primas para fabricar las resinas (polímeros), entre muchísimos otros derivados del petróleo. Es decir, antes de que se procese la materia prima para fabricar empaque plástico, hay por lo menos 5 o 6 etapas previas en donde cada una deja una enorme huella en el medio ambiente, principalmente por la cantidad de energía que se requiere para realizar cada uno de dichos procesos. Esta huella debe ser considerada como parte del impacto ecológico del plástico. Luego está, por supuesto, el proceso de transformación de resinas en empaque plástico y su eventual desecho, que sin medidas adecuadas de mitigación y reciclaje (cosa que ocurre en todo el mundo, incluyendo los países con mayor grado de desarrollo en la materia) causan un enorme impacto, principalmente en los ecosistemas fluviales, lacustres y marinos, afectando ya distintas fuentes de alimentación de las personas.

En Chile se está discutiendo un proyecto de ley, propuesto inicialmente por Michelle Bachelet y secundado ahora por Sebastián Piñera (¡y eso que son rivales políticos, que lección nos dan ambos!), que prohíbe el uso de ciertos productos plásticos, como bolsas desechables, en las comunas costeras para evitar que dichos desechos paren en el océano. A mi gusto el proyecto queda corto, ya que debería extender la prohibición a las comunas cercanas a fuentes hídricas como ríos o lagos también. En Guatemala ya hay municipalidades que han prohibido su uso.

Esta prohibición debería ir de la mano con un plan de manejo de desechos sólidos, no solo de desechos plásticos, desde la deposición en los hogares, hasta su separación y tratamiento en los vertederos de basura. Para reemplazar las bolsas, existen materiales biodegradables como el yute o el henequén. Y aunque algunos alegan que se sataniza al producto y que la culpa no es de los fabricantes de bolsas, sino de quienes hacen mal uso de las mismas, me permito informarles que es un esfuerzo enorme el educar a millones de personas a separar su basura.

Y si en Guatemala llevamos casi 200 años siendo incapaces de dar educación primaria, no digamos secundaria a nuestros jóvenes, ¿cómo pretendemos educar a toda la población a separar su basura? Totalmente ilógico, ¿o no?

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