Alfonso Mata
Hace ya más de siglo y medio, la industrialización pero aún antes el monocultivismo agrícola nacional, abrió nuestras entrañas sociales, para mostrarnos las injusticias y explotación a que podía llegar nuestra sociedad sin que hayan existido verdaderos esfuerzos o asambleas formadas por patronos, tecnócratas y población urbana y campesina, para tratar de mejorar las condiciones sociales de los más necesitados y teniendo entre sus atribuciones el cuidado del desarrollo humano. Eso nunca se ha dado, lo más que se ha logrado, fue crear una seguridad social fundamentada en la cooperación en que prácticamente ninguna de las partes cumple con todo lo pactado y apenas cubre a menos del 20% de la población y eso a pesar de que mucho del trabajo nacional es agrícola, desarrollado a través de gente que venía de otras tierras, en que con mucha claridad se habían establecido los sistemas de seguridad social. Así que es válido decir que legislaciones protectoras como las de los países europeos y Estados Unidos, han pasado a vuelo sobre nuestra tierra, aterrizando en leyes pero no en acciones que favorezcan a individuos y hogares. Resultado: un permanente déficit de seguridad social.
Y entonces nos topamos con una realidad sabida desde principios del siglo XX y denunciada por medios de comunicación y celebridades nacionales, “la presencia de estados deficientes de salud y educación, vuelve deficiente el clima y la productividad laboral” y eso claramente va contra los intereses del propio Estado, pero no solo contra él, contra el capital y la estabilidad social y política. Esto no hace falta que no lo digan, lo vivimos.
¿Qué pasa con la cobertura social en tal orden de cosas? Nuestra historia nos da otra lección al respecto. Los servicios se atrincheran en la capital y a lo sumo en otras pocas ciudades, sin entrar en la fase de una cobertura realmente nacional, dejando en el aire y a la mano de Dios, a una enorme masa humana en situaciones y condiciones en que impera el sálvese quien pueda. No existe un plan nacional, una política nacional para remediar eso y así la cobertura social no es ni del 20%. La sociedad tampoco ha hecho y participado para remediar eso y consecuentemente, no hay duda que podemos hablar de una indigencia nacional en seguridad social, de un sistema que nunca creció y perfeccionó. Las autoridades encargadas de ello no les interesó y a lo mejor dentro de poco serán incapaces de sostenerla.
Por consiguiente, la etapa constructiva de una medicina social nunca creció, llevando a producir una perenne enfermedad llamada injusticia social en lo educativo, médico, curativo y preventivo y en otros derechos humanos. Aun se ve lejano que llegue a nuestro solar patrio, un movimiento de reivindicación acorde a los mandatos de la constitución de derechos para todos y que deje de ser insuficiente y deficiente en muchos aspectos, pero sobre todo, que rompa la idea tanto dentro de la sociedad como de los profesionales de “caridad pública” reforzada por el actuar simultáneo de instituciones religiosas y privadas e internacionales, que apoyan la labor del Estado mas no el cumplimiento cabal de una política social de Estado y como bien señaló hace titipuchal de años el doctor Manuel Antonio Girón “la salud es un derecho difícil de gozar, en un país menesteroso y tiene que ir respaldado por otros derechos para hacerse una realidad social”. No tenemos que pecar de ignorantes, un sistema de salud necesita de un sistema social virtuoso, para poder trabajar con mayor conciencia y eficiencia y eso lo da un régimen más justo y equitativo en donde el trabajo, saneamiento, la protección ambiental, educación y acceso a medios tecnológicos, financieros y conocimientos está accesible para la mayoría. Pero en un país como el nuestro, con una mayoría indigente por siglos no hay sistema social de asistencia médico-sanitaria adecuado, que pueda funcionar dentro de un régimen como el que tenemos. En un estado de cosas tal, la caridad es lo que priva; la mayoría de la población no puede pagarse el médico, a medias la medicina y… en medio de eso, salud y otros elementos del desarrollo humano, son más disfraces frívolos de ideales que derechos.