Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Quienes no conocen a Anders Kompass pueden dudar de su comportamiento a la luz de las declaraciones de la Ministra de Relaciones Exteriores y de la reacción que, centrada en una frase sacada de contexto, ha mostrado el gobierno para sacarlo del país simplemente porque ha sido un diplomático comprometido con la Comisión Internacional Contra la Impunidad desde sus tiempos de funcionario de Naciones Unidas en Guatemala, cuando aprendió a conocer profundamente ese sistema perverso en el que la justicia se aplica de manera más que selectiva.

Yo tengo la suerte de conocer a Anders desde aquellos lejanos días en los que se hizo el esfuerzo por facilitar la constitución de ese ente internacional que fue ideado para enfrentar la existencia de una impunidad sistémica que tiene sus orígenes en la forma en que se constituyó nuestro Estado, lleno de privilegios para unos y de desgracias para otros. Pero en el tema de la impunidad no sólo está el factor de que ésta es “la patria del criollo”, como decía Severo Martínez, sino que además el Conflicto Armado Interno con los resabios de la intervención norteamericana en 1954, sirvió para exacerbar un modelo que ya estaba podrido.

Durante los años de nuestra guerra el Estado perfeccionó el modelo de impunidad para proteger a quienes libraron la lucha contra la insurgencia marxista y la sociedad en general aceptó esa forma de prostituir la justicia para que sirviera de protección a los defensores de nuestro sistema político y económico. Tanto en los entes de investigación criminal como en los tribunales se mantuvo un férreo control para asegurar que nunca se procediera legalmente contra esos defensores del sistema.

Firmada la paz, esos aparatos montados para garantía de impunidad siguieron operando sin que en ninguno de los acuerdos se hablara siquiera de la necesidad de desmantelarlos y éstos, en vez de estar al servicio de una ideología, quedaron con el poder y capacidad de servir al mejor postor. Y en eso nadie podía ni podrá competir con los corruptos que amasan fortunas que han utilizado para elevar a otro nivel todavía, aunque pareciera imposible, el tema de la impunidad. De allí la cooptación del poder judicial por los grupos que a través de las Comisiones de Postulación colocan a los juzgadores amarrados para defenderlos.

Ayer la diputada Nineth Montenegro reprodujo sin ediciones en el Congreso el ya famoso discurso de Anders Kompass sobre la corrupción en nuestro país y es obvio que la frase de “una sociedad corrupta” ha sido sacada de contexto tanto por los funcionarios de la Cancillería como por el coro de los que se bañan en aguas de dignidad soberana contra la intromisión extranjera en la lucha contra la corrupción.

En ese discurso se puede notar ese especial significado que para Kompass tiene Guatemala, país al que ha dedicado buena parte de su vida, y lejos de encontrar alguna expresión peyorativa se nota la preocupación de alguien que entiende nuestros problemas y la necesidad de resolverlos sin considerar la corrupción como algo cultural o educativo, como en su momento Morales dijo en la televisión gringa.

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