Eduardo Blandón

¿Cómo sería la vida sin el maremágnum producido por la actividad política en nuestro país?  ¿Lo puede imaginar?  Se me ocurre, porque mucho de lo que inflama nuestras emociones tiene que ver con las olas producidas en el interior de las instituciones del Estado.  Quiero decir que es difícil mantenerse impertérrito o con actitud budista frente a los atracos y cinismos de nuestros políticos.

Y más allá de lo ocurrido en nuestro suelo patrio, las dimensiones se extienden fuera de nuestras fronteras, por ciudadanos globales que somos.  Como si no bastara con las infidencias de Monzón, tenemos que cargar también con la taradez del Presidente de los Estados Unidos, el espectáculo producido por Macron y los relajos sin fin de la política italiana.  Reconozcámoslo, es difícil mantenerse al margen del horizonte del espectáculo político.

Cierto, tengo amigos que han renunciado al barullo político abstrayéndose de la lectura de los diarios.  “No te imaginas la paz que se siente ignorando las burradas diarias de los políticos”, me confiesa un amigo que acompaña sus palabras con una pose de monje tibetano.  “No sabes lo que te pierdes”, concluye.  Y he estado tentado a abandonarme a esa “fuga mundi” de hombre que resuelve su vida de manera práctica, pero he fracasado muchas veces en el intento.  Mi vida se encuentra en las antípodas de ellos.

Lo mío es leer dos periódicos físicos que llegan a las cuatro de la mañana.  En ese momento, al escuchar el sonido de la moto sigilosa, me palpita el corazón, imagino portadas, pienso en editoriales… ¿Saldrá alguna noticia nueva sobre Nicaragua?  ¿Por qué no reportan los resultados del beisbol de los Estados Unidos?  Y así, lo primero que hago antes del desayuno es amargarme un poco la vida enterándome de la decadencia global y las miserias humanas reportadas con morbo.

Por si no fuera poco, por la tarde, en la medida del tiempo y las posibilidades varias, le doy una hojeada (virtual, claro) a algunos periódicos de esos pertenecientes a la élite periodística: un día Le Monde y El País, otro, Il Corriere della Sera y The New York Times. Lo que prueba, si le sumamos a mis incursiones por varios podcasting y noticieros, que mi coprofilia política merecería quizá un tratamiento urgente.

Puestas, así las cosas, quizá convenga practicar eso que llaman algunos (y que al parecer está de moda) el minimalismo.  Una especie de sencillez franciscana en la que lo más importante es ponerse en las manos de la Providencia.  Adoptar una actitud estoica, “ataráxica”, esto es, liberarse de las preocupaciones cotidianas al saber que nada podemos hacer para cambiar el estado del mundo.  No sé usted, pero yo lo estoy pensando.

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