Luis Fernández Molina
En referencia a mi anterior columna he recibido varios comentarios; los agradezco, especialmente las puntualizaciones de unos amigos españoles y otros hijos de españoles que conocen detalles de la Guerra Civil. De alguna manera “crecimos” con dicha guerra; en efecto en el Liceo Guatemala de entonces, años 60, el noventa por ciento de los profesores eran hermanos maristas españoles. Habrán tenido entre 30 y 60 años de edad y por ende vivieron en carne propia el enfrentamiento –muchos de ellos niños— y lo habrán sufrido sus padres.
Lo que destaca de esa guerra civil son dos elementos: el fanatismo que se exacerbó entre los dos sectores enfrentados y la saña con que lucharon entre los mismos españoles, gente de la misma sangre, cultura y origen. Lo más perturbador es que eran todos españoles, con el mismo idioma, la misma cultura, los mismos intereses. No era la lucha contra un invasor extranjero, no era la defensa frente a bárbaros foráneos. No. Luchaban entre las mismas familias, entre los que pocos días antes eran sus amigos de copas, entre los vecinos que a diario se deseaban los buenos días, entre los habitantes del pueblo o ciudad aparentemente tranquilos y buena gente. Ellos, los propios conciudadanos se convirtieron en “el enemigo” por la única razón que estaba en “el otro bando”. ¡Había que acabar con ellos! Todo ello fomentado por una grotesca manipulación de la opinión pública provocada por ambos sectores.
El fanatismo fue producto del acondicionamiento mental que fueron labrando los promotores extremistas. Fueron borrando todos los puntos intermedios y las diferentes individualidades; se simplificó el escenario. ¡Quien no está con nosotros está contra nosotros! Por eso se dieron atrocidades, monstruosidades. Entre ellas el asesinato inexplicable de Federico García Lorca. La masacre de Badajoz. El odio encarnizado con que se tomaban y rendían villas y pueblos. El tristemente famoso bombardeo de Guernica. El bombardeo a la ciudad valenciana de Játiva; los bombardeos de Albacete, Almería, Cabra, Durango, Jaén, del Maestrazgo. Los trenes de la muerte. Los sacrificios de religiosos claretianos, oblatos, escolapios. Etcétera y etcétera. Pero la saña no terminó con la guerra. Que va. El 5 de agosto de 1936, pocos meses del triunfo franquista fusilaron a trece jovencitas españolas, las trece rosas de Madrid de 18 a 29 años.
La población se polarizó y cada español debía tomar un bando “en paquete”, con todas sus consignas. Si eras rojo, tenías que ser republicano, anticlerical, ateo, tolerante de tendencias sexuales, Y si eras franquista tenías que ser católico practicante, monárquico, militarista, no había espacio para las “medias tintas”, no podías ser católico y partidario de la República, ni agnóstico y respaldar al caudillo. Esos escenarios combinados rozaban la traición y generaban desconfianza.
Mas no quiero profundizar en historia, por el contrario quiero referirme al futuro, al futuro inmediato de mi Guatemala. Tomar de la historia las lecciones para no repetir los errores. Se están demarcando los bandos que giran alrededor de CICIG. O eres partidario de CICIG o contrario. Se han formado los núcleos que como grandes hoyos negros espaciales van absorbiendo a todos los cuerpos cercanos, las ideas intermedias. Su fuerza de gravedad es inconmensurable. El que apoya a CICIG es socialista o comunista; no cabe pensar que alguien sea de derecha y apoye a CICIG. Quien se opone a CICIG es un partidario de la corrupción. No se admite objetar ciertas actuaciones de CICIG sin que lo tachen de encubrir la corrupción. Marchas a favor y marchas en contra. El caldo de cultivo para incubar bacterias del caos, de la división, de lucha, está preparándose.