Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es
“Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien.”
Martín Luther King
Los rumores, han sido siempre dañinos para la vida pública y privada, con el aumento de las redes sociales, cualquiera, bajo el anonimato de un perfil falso o no, puede escribir lo que le plazca sobre quien quiera, y no existe una forma de refutarlo, sin verse atacado por la masa oscura que se esconde tras una red social.
En el país no se encuentra regulado el delito de odio, como sí se encuentra en otras legislaciones en las que establecen penas para las publicaciones que ataquen o denigren a la persona, por motivo de raza, sexo, aspecto físico, u otra particularidad, sin por ello violar la libertad de emisión del pensamiento.
En nuestro país, democráticamente ha sido sagrada la libertad de opinión y de pensamiento, reconocido como un baluarte de nuestra sociedad, y así se debe mantener, pero bien sabemos que la libertad como cualquier otro valor tiene límites, y uno de los principales es el derecho del prójimo, el de una persona termina, donde principia el de la otra, en la colisión de los mismos, se respetará siempre el derecho ajeno.
La cultura en general, ha cambiado a nivel mundial, con la aparición del internet se rompió la barrera de la información, y con ello la desinformación, es de todos sabido, que la segunda se enciende como mechero de pólvora, más que la primera, se incentiva el morbo más con una mentira que con una verdad, y la desinformación se encuentra basada en mentiras o medias mentiras, como se quiera ver la misma, detrás de una mentira está un mentiroso, y la propagan las mentes enfermizas.
Hasta hace treinta años la rumorología se alimentaba de pequeñas verdades entremezcladas con mentiras, que terminaban dentro de un pequeño círculo, si consideramos lo anterior lo que termina dentro de la familia y las amistades cuando se trataba de una persona privada, y se hacía mayor cuando se trataba de una persona pública, o de un nivel social alto.
Hoy no es así, las personas anónimas no existen, en un mundo global, en el que las relaciones interpersonales no son necesariamente presenciales, existen muchas formas de comunicarse y mantener vínculos por medios tecnológicos, incluyendo los sentimentales, y dentro de ellos los familiares.
Veamos, hoy se puede ver y hablar con una persona que se encuentre del otro lado del océano, en tiempo real, ya sea encontrándose detrás de una computadora o un teléfono celular, mientras nos encontremos conectados por medio de la tecnología, las distancias en teoría se han acortado, situación que es beneficiosa, pero con sus matices.
En relación con lo anteriormente expuesto, pareciera que se ha abierto un mundo infinito de comunicación, pero dentro de esta supuesta infinitividad, existen cuestiones de hecho que no se pueden soslayar como el respeto a la privacidad, a la libertad de religión, creencias, raza, género y naturalmente pensamiento, el que no riñe con el de su libertad y difusión.
En otras legislaciones existe delito de odio, cuando se ataca a las personas por su forma de ser, pensar, ser, y características físicas, siendo las redes sociales uno de sus principales medios de difusión, cualquiera que esta sea.
En Guatemala, por medio de Twitter o Facebook, se han creado verdaderas campañas de odio en contra de determinadas personas, o personajes de la vida nacional, por pura percepción, porque de su peso cae que el 99% de los que opinan, no conocen al o la señalados, sin embargo aseguran como hechos consumados las maledicencias que se propagan, y que surgen como una chispa, y se propagan como pólvora, legitimando con ello el rumor.
En la etapa de la historia de la humanidad que nos ha tocado vivir, debemos ser más tolerantes, menos crédulos, y pensar más lo que opinamos, ya que hoy cualquier discernimiento cuando se desarrolla por medio de una red social, es una opinión o pensamiento notorio y público, más si se expresa en detrimento de la seguridad entendiéndose esta como un bien, de otra persona, se puede alimentar el odio hacia ella, y cometer un delito de odio, aun no normado en el país, pero que atenta contra la integridad de un ser humano.