Eduardo Blandón

Recientemente el diario español El País abordó como tema central de su revista Babelia, el estoicismo. Un caso del todo curioso si se considera que el concepto y el ejercicio práctico al que conduce se remonta a unos trescientos años antes de Jesucristo.  Se trata de un sistema del período helenístico de filosofía fundado por Zenón de Citio y extendido exitosamente en Roma hasta poco antes del siglo V de nuestra era.

Los estudiosos afirman que la mayor parte de los textos antiguos estoicos se perdieron, por lo que debemos atenernos al testimonio variado, a veces quizá exagerado o escandaloso, de algunos que recogieron esas ideas.  Sexto Empírico, por ejemplo, al referirse al pensamiento de Zenón, dice que defendía el comunismo de mujeres y condenaba el matrimonio como contrario a la naturaleza.  Consideraba como cosas indiferentes casarse los padres con los hijos y los hermanos entre sí. No es antinatural comer carne humana, ni siquiera la de sus padres y hermanos. Es una cosa inútil enterrar a los muertos, etcétera, etcétera.

Como quiera que sea, el estoicismo tuvo grandes seguidores, entre los que destacan Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.  Cada uno de ellos, desde su condición, adaptaron el pensamiento helenístico y lo desarrollaron muy a su manera:  Séneca como ministro y consejero de Nerón; Epicteto, como esclavo, liberto y fundador de un centro de estudios filosóficos (nunca quiso escribir, imitando, según él, a Sócrates); y Marco Aurelio, desde su condición de emperador romano e hijo adoptivo de Antonino Pío.

El estoicismo es un sistema que pretende la comprensión del universo desde las diversas disciplinas de la filosofía.  Pero, aunque hubo planteamientos metafísicos, gnoseológicos y teológicos, entre otros, el fuerte de esa filosofía estriba en lo moral.  Quizá sea esa la razón por la que más que una construcción teórica, sea más bien un modelo de vida práctico, seductor para quienes se acercaron a él.

Entre sus ideas morales destaca la afirmación de una providencia que todo lo tiene previsto.  Una Razón universal gobierna y dirige el mundo, por ello hay una especie de optimismo en el reconocimiento que en el mundo reina la armonía perfecta. Todo es bueno, bello, armonioso y ordenado. Todo dispuesto con una finalidad predeterminada por la Providencia divina.  El estoicismo antiguo, reconoce, además una especie de panteísmo cuya naturaleza se confunde con principios inmanentes en el mundo (Fuego, Éter, Fuerza, Logos, entre otros).

En cuanto a la moral, piensan que los hombres deben ajustar su conducta al orden universal, sometiéndose voluntariamente a la finalidad que impulsa a todos los seres. La felicidad va unida a esa virtud y el sufrimiento al vicio. El ignorante siempre obra mal.  La felicidad consiste en la práctica de la virtud, y la virtud esencialmente en la sabiduría. Por lo tanto, la felicidad se reduce a la sabiduría.

El sabio no debe dejarse impresionar por nada. Debe mantenerse impasible ante los sufrimientos físicos y morales, ante el dolor, la enfermedad, la muerte los bienes de fortuna y las opiniones de los hombres.  Se trataría de adaptar un sistema de vida basada en aguantar y renunciar. Una vez lograda esa impasibilidad, explica Séneca, el sabio puede ser en la tierra tan feliz como Zeus en el cielo.

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