Mario Alberto Carrera
27 de abril: ¿muerte final de la encomienda y el repartimiento codicioso?
Prensa Libre del sábado último (29), titula su editorial: “Muerte que cambia el panorama político”.
Hace unos dos meses –en este mismo espacio– reflexionaba sobre las dos derechas nacionales: la progre o dionisíaca o de los Gutiérrez Bosch; y la fascista (Ancien Régime) comandada por las fuerzas de ocupación “Castillo armistas”, cuya testa visible –en los últimos años– ha sido la de Álvaro Arzú. Lejanamente: la de Maldonado Aguirre.
Y decía en aquel artículo –dirigiéndome especialmente y con mucho cariño a los lectores de a pie– que no había que hacerse ilusiones de cambios estructurales –fundamentalmente en lo económico y ergo en lo social– mediante los grandes histriones que comandan un movimiento seudo revolucionario que escudan bajo el nombre de Frente Ciudadano contra la Corrupción –en cuyo amplísimo techo caben según ellos “todas” las fuerzas o tendencias políticas del país– porque, según yo, mientras Álvaro Arzú estuviera vivo, la “Liberación” nazi de Castillo Armas y sus secuaces, seguiría viva.
Por eso hago arriba alusión al editorial de Prensa Libre Porque –sin imaginarme ni presentir la muerte de Arzú tan pronto– hacía ver –en aquella nota– la imposibilidad de un cambio social ni menos revolución, si él continuara vivito y coleando porque la ideología y la praxis política (encomendera y de repartimientos coloniales) que el aunaba, está muy sólida y vigorosa. Y que ni Dionisio ni toda su alta burguesía industrial y terrateniente podrían tumbar al Adelantado. La sólida base sobre la que yo levanto tal argumentación, es que aunque Gutiérrez y muchos de los nuevos ricos que lo acompañan crean lo contrario, no todos (yo diría que sólo unos cuantos) están convencidos de las ventajas de una cierta inclusión social de gente que es apestosamente inconveniente para las clases privilegiadas del país.
Los que aún comulgan con el Ancien Régime o digámoslo en latín: con el statu quo, es la enorme mayoría de la oligarquía, aunque se acojan ¡enmascarados! a la economía de libre mercado que pregonan los Gutiérrez desde ¡su! Universidad Francisco Marroquín. Dicho sea de paso, el neoliberalismo a la criolla –en pepián– no es más que una farsa que, como todos sabemos: hace más ricos a los ricos y más pobre a los pobres en Guatemala. Y no olvidemos que, en tal coyuntura –y cuando aún no se había producido el divorcio y el sisma arzuista gutierrista– Álvaro Arzú e Irigoyen privatizó a troche y moche y no dejó títere con cabeza. Robó y codició (Décimo Mandamiento) el patrimonio nacional poniéndolo en manos de unos pocos, igual que como estaban las cosas en tiempo de la Colonia. Y creando monopolios por más que lo prohíba la pobre Constitución.
De nuevo, y como sostenía y sostengo en aquella columna que arriba menciono, nada cambia en la Guatemala Inmutable de Parménides. Se sigue aquí la teoría del Príncipe de Salina, de la novela “El Gatopardo”. Cambiarlo todo para que todo quede igual y así “entuturutar” a las masas que para eso las mantenemos inmutables: analfabetas y sin conciencia social. Por esto disiento del editorial de Prensa Libre.
Dije (en la columna –insisto- de hace algunas semanas) que mientras Arzú estuviera vivo iba a ser muy difícil que la aristocrática “Colonia dieciochesca aycinenista”, pudiera consentir un cambio social, como -por ejemplo- una justa y contundente Ley de Desarrollo Rural. Pero ahora mismo acaso me contradigo. Porque después de la defunción de Arzú, creo que los seguidores de la “Liberación franquista” todavía nos espantarán con el petate del fallecido, por un tiempo más o menos prolongado. Pues “al tercer día puede que resucite entre los muertos”…