David Barrientos

Los últimos días de marzo pasado las fuerzas armadas terminaron su prolongada colaboración para la seguridad ciudadana, he aquí algunas reflexiones: Inicialmente fue una propuesta de carácter emergente y luego se convirtió en el eje principal del accionar militar, lo que provocó que los mandos militares involucraran a casi todo el personal en la misma, pues esta tarea dejaba más réditos políticos, dejando en un plano muy relegado su función natural: la protección y el cuidado de la integridad territorial o defensa externa, sin duda una desafortunada decisión para: la institución armada, la policía nacional civil y el país en general. Esto hizo del Ejército una institución disfuncional, equipada, entrenada de manera inadecuada y lo peor, desamparada legalmente para el cumplimiento de ese ejercicio; sin embargo el aporte fue efectivo porque los militares por disciplina cumplen con las funciones que se les asignen aun sin las herramientas adecuadas, lo que amerita un reconocimiento ciudadano.

Hoy es el inicio de otra época para la institución armada, ahora tiene la oportunidad de atender sus funciones constitucionales y naturales que dicho sea de paso también está la seguridad interna, misma que debe ser considerada para ocasiones extraordinarias y no de manera prolongada, es una fuerza disuasiva por naturaleza y su efectividad se basa en la disciplina con la que se entrenan sus diferentes especialidades y no en la cantidad de efectivos, ojalá abandone las tareas que aún la hacen disfuncional, sus capacidades deben estar encaminadas a soportar el despliegue estratégico para la defensa o sea en función de la seguridad externa, que también beneficiaría a muchísimas comunidades, además de la defensa civil, una tarea que nadie discute y no hay mejor estructura organizacional para responder que la militar y es una función constitucional, esperemos que esta coyuntura sea aprovechada como una oportunidad. Cabe recordar que los ejércitos: se organizan, equipan y entrenan para cumplir con su mandato constitucional; las áreas de misión por las que se encamina el Ejército nos indican que este punto de quiebre será aprovechado responsablemente por los militares.

La Policía por su parte, durante ese tiempo ha crecido cuantitativamente en efectivos y equipo pero cobijado por la figura que el Ejército proyecta y la población acepta, o sea un aparato estatal amparado por la fuerza militar. La institución policial debe crecer cualitativamente, las calidades de esta fuerza de seguridad pública deben basarse en la formación profesional, utilización de tecnología, un despliegue estratégico que responda a la situación delincuencial, debe construirse un modelo policial que genere aceptación y confianza en la población, las propuestas de una nueva legislación para la policía deben ser analizadas cuidadosamente, este es un buen momento para ello.

Sin duda alguna esta etapa que se cierra para el Ejército y la Policía, queda escrita en la historia de nuestro país, pero más importante que eso, se requiere de la conciencia del momento que está dándose y la voluntad de quienes ostentan la dirección de las mismas instituciones para asumir el reto de mejorar las condiciones de seguridad del país y que la contribución a la gobernabilidad se sustente en la institucionalidad, pues no basta con apariciones mediáticas ante la coyuntura solo para responder a presiones del tutelaje del que hoy con razón somos objeto.

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