Luis Fernández Molina

El exilio de Babilonia duró setenta años, lapso necesario para expurgar a la generación cuya maldad desató la ira divina y como castigo consecuente, la violenta invasión de los ejércitos de Nabucodonosor. Tiempo suficiente para que surgiera una nueva simiente, un brote fresco del tronco leñoso del judaísmo. Suenan de ese tiempo los nombres de Jeremías, Daniel y sobre todo el de Ciro el Grande, quien al conquistar Babilonia procedió a la liberación del pueblo judío que finalmente pudo volver a su añorada Jerusalén (año 537 AC). Se cumplió con esta generación el clamor: “El año que viene en Jerusalén.”

Regresaron a su ciudad que estaba en ruinas y la reconstruyeron. Sin embargo, las guerras continuaban. El incontenible avance de los ejércitos de Alejandro, en su camino a la India engulló el territorio de Israel que pasó a formar parte del imperio griego-macedonio. Al haberse dividido la inmensa área conquistada de la parte judía correspondió a los seleúcidas cuyos gobernantes prohibieron la práctica de la religión hebrea. Por eso muchos emigraron. En esta época destacan los Macabeos y de aquí surge la festividad de las luces o Hanukka. Los griegos quisieron, asimismo, repoblar Jerusalén con inmigrantes de otras regiones del Mediterráneo y trasladaron familias enteras de otras regiones. Habrían de pasar otros doscientos años para que se asomaran las águilas emblemáticas del poder romano que, a su vez, conquistaron toda la provincia que la incorporaron a la de Siria y después como Judea.

Es en este escenario que nace Jesús de Nazaret y con sus discípulos surge el cristianismo. Personajes que vivieron en esta época: Julio César, Cleopatra, Augusto, Tiberio. Cabe mencionar también a Herodes el Grande, quien construyó el magnífico templo de Jerusalén (el Segundo Templo). Poco más de treinta años después de la muerte y resurrección de Jesús los romanos destruyen Jerusalén. Arrasaron con todo lo que encontraron y se llevaron grandes tesoros que se guardaban en el templo, entre ellos una menorá, candelabro de oro macizo de ocho velas. Provocaron también una gran dispersión de los habitantes de Israel; una de las tantas diásporas. Los últimos rebeldes se refugiaron en Masada, al lado del Mar Muerto, donde prefirieron suicidarse antes de caer en manos del ejército romano que tuvo muchas dificultades en llegar hasta la fortaleza.

Es claro que Judea era una provincia romana muy revoltosa y el yugo romano muy intrusivo; construyeron un templo pagano sobre las ruinas del Segundo Templo y cambiaron el nombre de la ciudad: Aelia Capitolina. Sesenta años después de la destrucción del templo surge una nueva revuelta encabezada por quien se autodenominaba “el Mesías”: Simón Bar Kojba. Fue ferozmente sofocada.

Al decaer el Imperio Romano occidental el mando pasó a Bizancio, que dominó la región desde 330 a 630; era entonces una provincia bizantina llamada Palestina. En 613 el emperador Heraclio obligó a muchos judíos a refugiarse en Egipto. En el ocaso del período bizantino llegaron los ejércitos árabe-islámicos encabezados por el Califa Omar lo que obligó a que la población judía huyera a las costas. En el lugar en donde Omar oró tras la conquista de la ciudad se construyó, poco después, la mezquita de Omar y la famosa y visible Cúpula de la Roca, monumento dorado que aparece en todas las postales.

Después arribaron los mamelucos que controlaron la región por dos siglos y medio. En 1517 empezó el dominio otomano que habría de durar cuatro siglos hasta el final de la Primera Guerra Mundial. En 1918 el territorio se encomendó a los ingleses en el conocido Mandato Británico.
(Continuará).

Artículo anterior“Despilfarro de capitales en inversión”, y el pueblo desposeído rumiando su pobreza
Artículo siguienteOtras personas rescatadas del olvido (Nuevo Gran Diccionario Biográfico) -18-