Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Ayer comenté la imposibilidad de negociar acuerdos en cuanto al cumplimiento de la ley y el combate a la corrupción porque en ambos temas no caben negociaciones. Todos tenemos que cumplir la ley y la lucha contra la corrupción tiene que ser absoluta, sin medias tintas y mucho menos negociaciones sobre cuánta corrupción puede ser tolerable o permitida. Sin embargo, es un hecho que entre quienes compartimos esos valores absolutos puede haber diferencias ideológicas y también existen diferencias en cuanto a prácticas pasadas que pueden ser motivo de división.

Desde hace mucho tiempo vengo diciendo que asumir la responsabilidad de lo hecho en el pasado y dar la cara para propiciar cambios que acaben con prácticas que se han convertido en tradiciones, constituye un serio aporte que debe valorarse. Ha sido tanta la costumbre de la corrupción que es también inmensa la cantidad de gente que, viendo que así era como operaba el sistema, entró al juego, sobre todo en temas como el del financiamiento político y de esa cuenta hay personas que se resisten a sentarse en la misma mesa con aquellos que pudieron ser parte de esa práctica.

Ocurrió en la presentación del Frente Ciudadano Contra la Corrupción, como lo comenta en su columna de hoy Estuardo Porras Zadik, porque hubo personas comprometidas con la transparencia que se molestaron por la presencia de algunas personas que veían como actores de esas prácticas que tanto se han comentado y que tienen tanto peso en nuestro sistema. Pero la verdad es que si bien tenemos que ser intransigentes en la lucha contra la corrupción no debemos serlo para valorar a personas que estén dispuestas a contribuir con ese esfuerzo de manera decidida, franca y total, siempre y cuando reconozcan su responsabilidad en hechos previos y asuman las consecuencias.

Como dijo el Papa Francisco hablando de otro tema, pero con palabras que caen como anillo al dedo, “quién soy yo para juzgar” y sobre todo cuando hay expresa postura que manifiesta el propósito de enmienda y de contribuir a la construcción de una nueva práctica social en la que no tenga cabida la corrupción.

Por ello creo que el verdadero punto de encuentro de la sociedad tiene que ser el de nuestro compromiso para construir ese modelo de un Estado transparente en el que todo el que cometa un crimen tiene que enfrentar a una justicia no manipulada ni, mucho menos, diseñada para cimentar la impunidad. Con la vista al frente y pensando en que el Estado no tiene viabilidad en las condiciones actuales tenemos que emprender la ruta de la transformación no sólo de la política, sino también de los procedimientos administrativos que fueron montados precisamente para generar esa enorme discrecionalidad de los funcionarios en la toma de decisiones, lo que genera delitos como el de tráfico de influencias, peculado y cohecho.

Yo valoro mucho el ejemplo que dieron los constructores que dieron la cara aceptando en el proceso que habían dado soborno a funcionarios porque hace falta entereza para hacerlo y su testimonio ayuda a entender cómo funciona el sistema y cómo es que debemos cambiarlo. Por ello insisto que la intolerancia debe ser con los corruptos que siguen aleteando para evitar el cese del perverso modelo de la corrupción.

Artículo anteriorSi Arzú escuchara a la gente
Artículo siguienteYa no hay prevaricato