Jorge Santos
Ayer 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer como una forma de reivindicar la histórica lucha de las mujeres por la igualdad y equidad de condiciones. Este día se celebra luego de que en 1910, la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas lo proclamara como aquel en donde se debía celebrar y conmemorar las luchas y justas demandas de las mujeres. En aquel año, mujeres de la talla de Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Nadezhda Krúpskaya y otras formaban parte de esta conferencia que logró este hito en la historia. Sin embargo, a menos de una semana de haber conquistado la conmemoración de su día, 123 trabajadoras y 23 trabajadores de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York, morían calcinadas al ser encerradas e incendiado el edificio en cuestión.
107 años después, un 8 de marzo de 2017, mientras miles de mujeres se manifestaban a nivel nacional, reclamando mejores condiciones de vida, mejores condiciones laborales, igualdad y equidad, 41 niñas bajo el resguardo del Estado guatemalteco, eran encerradas y posteriormente incendiado el lugar donde fueron forzosamente recluidas. Pareciera que esta repetición de un hecho tan atroz y deleznable sólo es posible en novelas ficticias de terror, sin embargo en Guatemala, muchas veces la realidad supera a la ficción. En la medida, en la que fuimos conociendo más y más detalles, la jornada de reivindicación, lucha y protesta, se convertía en una amalgama de sentimientos de indignación, dolor, rabia e impotencia.
Ese y los subsiguientes días de búsqueda desesperada de las madres, padres, hermanas, amigos, voluntarias y voluntarios, fuimos tomando la dimensión de los hechos acaecidos y fue como si nos hubiesen matado algo por dentro. Por más dolor, terror e indignación que hemos vivido a lo largo de nuestra historia reciente, este 8 de marzo nos produjo un daño que no podrá ser restaurado. Sin lugar a dudas, hace un año se materializó un complejo entramado de corrupción, arbitrariedad, abuso de poder, violencia e impunidad que nos corroe como sociedad. Niñas y niños en el mal llamado Hogar Seguro nos lo habían advertido, lo habían denunciado y poco o nada hicimos por ellas y ellos. Permitimos que una estructura criminal anquilosada en la institucionalidad pública les incendiara y les quemara. Permitimos que previo a estos hechos se les agrediera y violentara física, psicológica y sexualmente; permitimos que un cafre desde la Presidencia de la República, les estigmatizara y les criminalizara. Nuestra obligación era y sigue siendo sacar y erradicar a estos criminales que de manera arbitraria, con el uso abusivo del poder, corrupta e impunemente, nos han mantenido en la opresión absoluta.
Nuestra reivindicación y nuestras luchas deben de estar encaminadas a no permitir un abuso más a la niñez y a las mujeres, desde nuestra casa, nuestro entorno, en nuestras tareas cotidianas. Les debemos a estas niñas y niños nuestro coraje para sacar del poder al cafre, al impune, al corrupto, al abusador y construir una sociedad equitativa y con la capacidad de proteger a quienes así lo requieran.