Eduardo Blandón

El fallecimiento reciente del Arzobispo Oscar Julio Vian nos ha tomado por sorpresa.  El desenlace fatal de su enfermedad ha sido tan rápido que apenas podemos asimilarlo y no deja de provocarnos dolor.  Y sí, claro, quizá no era un líder de esos que “están en todo”, pero muchos nos sentíamos a gusto con el buen pastor.

Contrario a algunos críticos dentro de la misma Iglesia que juzgaron mal en su momento, “a troche y moche”, a tiempo y destiempo, las cualidades inadvertidas en el arzobispo.  En reuniones íntimas los más atrevidos hacían mofa casi de cualquier cosa: declaraciones infortunadas, el tono de su voz, prédicas, desconocimiento del medio, la organización, la gestión… todo era motivo para rechazar al cura que no estaba a la altura de quienes se sentían (o se sienten) intelectualmente superiores.

Son los mismos “arrogantillos” quienes ahora buscan un sucesor del tamaño de su clarividente saber.  ¿Qué cualidades tendría que encarnar?  En ello coinciden:  roce político, liderazgo, capacidad de gestión, autoridad y notable coeficiente intelectual.  Nada o poco dicen de la bondad, la caridad, la humildad o el don de gentes que también debería sobresalir en un pastor.  Lo ignoran porque ellos mismos desconocen esa humanidad.

No hay que irse con la finta, en el fondo, esos críticos internos, feroces, son pastores que disfrutan honores, invitaciones, regalos y las comodidades propias que brinda el sistema que favorece a la clase privilegiada.  Deslumbrados, suelen venir de clase media baja, hechos curas se vuelven apologetas de sus patrocinadores. No les importa su origen social que aborrecen con vergüenza.

¿Y la formación?  De nada les ha servido.  Puede que la personalidad defectuosa en ellos haya privado más que las exquisitas lecciones en la Sorbona o la Gregoriana.  La necedad, combinada con la arrogancia absurda, les impide un elemental “esprit de finesse” que con los años es más vergonzosa.

No estamos a favor de un sucesor bobo o anodino, pero sí de uno que encarne la amabilidad.  Queremos un arzobispo cercano a la gente, probo, sencillo.  Sí, con capacidad de diálogo, sensible, astuto, pero sin perder de vista que su misión es estar al lado de los débiles, los humillados y ofendidos.  Ojalá que el Nuncio Apostólico no se equivoque y menos aún el buen Papa Francisco, la Iglesia se merece un buen líder espiritual, un ser humano auténtico.

Artículo anteriorEgopatía
Artículo siguiente407 (N)